Vicente Verdú falleció hace ya algún tiempo. Fue un célebre periodista y prolífico autor de más de veinte libros. Obtuvo el doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad de París y dirigió la sección de cultura del diario El País durante varios años. Publicó casi siempre en editoriales de prestigio y tuvo voz en los medios de comunicación mayoritarios. Escribía bien y era claro en sus exposiciones, lo que ya es mucho decir para su gremio.
En 2003 apareció la que se anuncia como su gran obra, El estilo del mundo, que Anagrama reeditó en bolsillo hace poco. Según un artículo de la época, Verdú dedicó cuatro años a su redacción y leyó más de 500 libros y mil artículos de ciencia para documentarse. Es, desde luego, un libro interesante y demuestra que el autor estaba al tanto de todo lo que se pensaba y sucedía en aquellas fechas. El título se refiere, nos dice en el prólogo, al zeitgeist, el espíritu del tiempo. Y, en efecto, se traza una excelente cartografía del consumo, el urbanismo, el sexo, la política, lo divino y lo mundano de la Europa de principios del siglo XXI.
Que gran parte del texto ya esté obsoleto demuestra tanto su precisión como la aceleración del tiempo en nuestra era. Es normal, deseable y elogiable que un trabajo que pretende encapsular una época se convierta pronto en arqueología.
Sin embargo, es destacable lo poco que aparece El estilo del mundo, y la obra de Verdú en general, en otros libros similares. No parece haber influido mucho en los autores posteriores, a pesar de que tenía cualidades para hacerlo. Con la tendencia de estos trabajos divulgativos a retroalimentarse, debería figurar más en otras bibliografías, incluso a pesar de su inevitable pérdida de actualidad.
Se nos pueden ocurrir algunas razones para ello. Por ejemplo, que se trata de uno más de los incontables libros que se publicaron entonces abominando de la globalización capitalista sin presentar una alternativa. Y, por supuesto, ahora tenemos populismos y nacionalismos varios oponiéndose a ella desde gobiernos occidentales; pareciera que estos profetas de la antiglobalización olvidaron que, cuando se destruye, hay que edificar de nuevo, porque, si no, alguien vendrá y construirá algo peor que lo que había.
Además, hay un pesimismo fascinado por el sistema que denuncia, muy a lo Baudrillard, que también puede resultar agotador. Sus análisis son vigorizantes, pero ¿de verdad no hay nada bueno y liberador en la realidad circundante? ¿Somos todos esclavos irredimibles, banales y absurdos? Al final, este regodeo en el cul-de-sac tampoco ayuda a despertar el interés por un teórico. Incluso se podría sospechar que alguien que trabaja cómodamente en un medio de comunicación hegemónico no quiere, en verdad, que nada cambie.
Es una pena que Verdú, como tantos otros, no supiera quitarse el corsé de intelectual lastimero; podría haberse convertido en una referencia para la posteridad.
1 comentario:
La verdad es que no he leído ninguno de sus libros, me ahogaba el prejuicio que me ataca contra intelectuales de alfaguara y su gusto elitista.Ese trasfondo de "nosotros somos los mejores" que no aguanta dos telediarios como dices,pero ahora con mas tiempo le leeré,igual que a Agustin de Foxa como hijo de su tiempo.Ademas y esto ya es descuido, le he confundido mucho con Manuel Vincent a favor del hedonismo del segundo.La verdad es que en su lectura habrá algo de venganza: son los amos de mi tiempo y creo que disfrutare viéndoles apolillarse.Ojala me libre de tan negros sentimientos, y descubra ademas su valor, no el que se han dado,el que pueda ver.
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