7.8.22

Lógica y crítica

Seguimos esperando a que Hombre Nuevo Ediciones continúe publicando las lecciones que impartió Estanislao Zuleta sobre historia de la filosofía. De momento, solo hay dos que abordan propiamente la materia con cierta homogeneidad y extensión. Uno es Arte y filosofía y el otro Lógica y crítica. Del primero ya hemos hablado, así que nos centraremos en el segundo.

Lógica y crítica sí viene datado, y sabemos que consta de diecinueve lecciones impartidas en 1976 en la ciudad de Cali. La mayoría de los temas desarrollados giran en torno a Platón y Aristóteles, con recurrentes referencias a filósofos posteriores y ejemplos tomados de la realidad colombiana.

Como casi siempre con Zuleta, sus exposiciones son claras y pedagógicas. Presenta las cuestiones filosóficas de manera accesible sin banalizarlas ni reducirlas a meras trivialidades para consumo fácil. Su enfoque se orienta hacia la filosofía práctica, es decir, la ética y la política, dejando las disquisiciones metafísicas para otros. Todos los problemas que plantea se ven y entienden dentro de la vida cotidiana, sin que por ello pierdan gravedad o complejidad. Hay en él una voluntad constante de buscar la sabiduría frente a la mera erudición, que Zuleta, siguiendo a Kant, considera “la forma más incómoda de tontería”. No encontramos aquí, pues, tecnicismos innecesarios ni exhibiciones retóricas.

Este libro estudia varios de los diálogos de Platón (El banquete y El sofista, sobre todo) y culmina con un interesantísimo repaso de las falacias argumentativas que denuncia Aristóteles. Esta última parte, por cierto, revela la vigencia del análisis aristotélico, ya que bien podría parecer un tratado contemporáneo de storytelling. Los diálogos aparecen reproducidos en minúsculas notas a pie de página, lo que no facilita precisamente la lectura, pero seguramente los editores consideraron que era necesario por si el lector no tenía los textos a mano.

Lógica y crítica es menos permeable a la actualidad política que Arte y filosofía. Como todo lo que escribió Zuleta, tiene una intención política, pero aquí resulta menos evidente. Tampoco parece que busque aportar un pensamiento propio original; asume sin reparos su condición de fuente secundaria de la filosofía, de comentador, y se lo agradecemos. Muchas veces las fuentes primarias no son más que vueltas de tuerca forzadas e innecesarias a conceptos ya establecidos, mientras que quienes trabajan desde la exégesis pueden interpelarnos de manera más efectiva.

Como indica Alberto Valencia Gutiérrez en la introducción, y se percibe en la lectura, algunas sesiones no se grabaron y, por ello, no se pudieron transcribir. Aquí topamos con el mismo hándicap de siempre: la alergia de Zuleta a la escritura, tan socrática, que nos ha privado de la mayor parte de su obra, concebida por él como oral, conversacional. Como tampoco se preocupaba de grabarlo todo, muchas de sus investigaciones y propuestas se han perdido para siempre; las conocemos de manera fragmentaria a través de sus alumnos o de transcripciones incompletas, como sus estudios sobre Nietzsche o Sartre, de los que apenas se conservan unas pocas páginas sustanciosas, un sabroso aperitivo de un manjar que nunca paladearemos.

El propio Valencia, discípulo directo de Zuleta, cuenta en la biografía que escribió sobre su maestro que en los años setenta, en Cali, hubo una auténtica “fiebre de zuletismo”: el pensador fue una moda y dejó huella en los jóvenes de entonces. No lo dudamos. Pero, lastimosamente, no se preocupó por ser audible más allá de su tiempo. El pensamiento en español en general, y el iberoamericano en particular, ya tiene suficientes dificultades para perdurar; si, además, se descuida su conservación y divulgación, su destino es aún más incierto.

Se podría decir que Zuleta no tenía derecho a hacer lo que hizo. Él o sus discípulos tendrían que haber protegido mejor su legado. Hoy no sería tan difícil divulgar que hubo un gran pensador colombiano llamado Estanislao Zuleta.


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