El pensador colombiano Estanislao Zuleta nació en 1935 y murió en 1990. Implicado en los asuntos cruciales de su país y su época, es un ejemplo de intelectual en el mejor sentido del término. Tras haber pasado por el Partido Comunista Colombiano y haber realizado las visitas de rigor a Europa del Este para conocer de primera mano el socialismo real, se fue desvinculando de cualquier marxismo de mira estrecha, aunque no del marxismo en sí. En los últimos años de su vida formó parte de la Consejería de Derechos Humanos de la Presidencia de la República, desde donde participó en los fallidos procesos de paz de la primera mitad de los años ochenta.
Colombia: Violencia, democracia y derechos humanos es una selección de artículos que escribió en su mayoría precisamente en esos años. Son textos dispersos, y no sabemos si Zuleta los concibió para publicarse juntos, pero hoy podemos leerlos como un libro con cierta unidad y como la mejor exposición de su pensamiento político.
Aunque algo reiterativo y con temas y argumentaciones ya presentes en libros anteriores, su lectura sigue siendo altamente recomendable. Nos muestra cómo construir una democracia más sólida sin renunciar a nuestros principios ni ignorar las dificultades inherentes al proceso. Rezuma ese mantra tan zuletiano de que los conflictos son inevitables en toda sociedad, y que nuestra aspiración no debe ser eliminarlos, sino hacerlos mejores y más interesantes.
El libro está compuesto por tres partes. Es probable que esta división, así como los títulos de cada sección, sean obra de José Zuleta, hijo del autor, quien presenta la obra.
La primera parte, “Valores para la construcción de la democracia”, es una defensa del desarme y la ampliación de la democracia. Se abre con la conferencia “La democracia y la paz”, que Zuleta impartió en un campamento del Cauca ante un grupo de guerrilleros del M-19 que esperaban su desmovilización. Les exhorta a continuar su lucha, pero por medios pacíficos, dialogando desde posiciones de fuerza. Lo que deben buscar, les dice, es el respeto de sus adversarios, no su mera tolerancia. También desmonta las críticas elitistas contra la democracia que se remontan a Platón y que siguen vigentes en todos los espectros políticos, invitando a avanzar hacia una democratización radical de la sociedad.
Los seis capítulos restantes de esta sección pueden leerse a la luz de la actual polémica entre populismo y republicanismo. Para Zuleta, el lenguaje autoritario y maniqueo del marxismo ortodoxo promete soluciones simples y se basa en la exclusión del enemigo, negándole su legitimidad como sujeto político. Frente a esto, y siguiendo a Spinoza, Zuleta defiende un Estado de derecho fuerte, que garantice la libertad y en el que las instituciones favorezcan la inclusión y la mejora gradual sin recurrir a la violencia.
La segunda parte, “Filosofía política y derechos humanos”, es más teórica. Mantiene las constantes referencias a Kant y su defensa de la Ilustración, y, en diálogo con Marx, argumenta que los derechos humanos son garantes de la vida. No obstante, advierte que no basta con su existencia formal: es imprescindible que haya condiciones reales para ejercerlos. Esta sección concluye con un capítulo sobre Thomas Mann, otro de los referentes de Zuleta, cuyas novelas le sirven para abordar las grandes cuestiones del siglo XX.
El libro se cierra con “Sociología política de Colombia”, que puede resultar densa para el lector no colombiano debido a la abundancia de referencias a presidencias y grupos guerrilleros. Sin embargo, con la Wikipedia a mano, es posible orientarse sin demasiados problemas. Más allá de estos detalles, Zuleta es claro y esperanzado en sus propuestas para el país. Además, contextualiza de manera magistral el tiempo en que formuló sus ideas y defendió sus postulados.
Colombia: Violencia, democracia y derechos humanos es otra de las grandes obras de Zuleta. Algunos de sus capítulos han envejecido con el tiempo, pero siguen siendo de gran valor histórico. Otros podrían haberse escrito ayer mismo, pues iluminan con precisión las graves cuestiones sociopolíticas en las que seguimos inmersos. Esto confirma lo que Zuleta sostenía: la construcción de una sociedad verdaderamente integradora es un proceso largo y complejo. Sin embargo, no hay que rendirse, porque esa dificultad es, en sí misma, emancipadora.
1 comentario:
Cuando en dos palabras se ve reconocido el camino por el que se quiere transitar, lo que se siente es agradecimiento y compañía, y hasta la sensación optimista, de que se podrá conseguir.Las dos palabras son:respeto e integración.
La idea de conflictos fuertes entre rivales que se respetan y se esfuerzan por integrar posiciones,resulta mejor receta que la eliminación de contrarios, y mas ajustada a como nos conviene ser, si no nos puede la rabia revanchista.
El otro día en el bus 5, pase por un barrio en que todas las calles tenían nombres de jefes militares,ahora sus nombres son de lideres socialistas. Han cambiado los dueños de las casas o es afán municipal,no se, me tranquilizo la única calle que vi con su nombre anterior " Mártires de Paracuellos" dentro del esfuerzo de memoria histórica, sera un reconocimiento de que en el Madrid sitiado, se masacro al enemigo con saña.
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