10.12.23

En el viñedo del texto


1.
Ivan Illich quería parar las máquinas y que empezáramos a producir por nosotros mismos lo esencial que necesitáramos para llevar una buena vida, sin malgastar ni un minuto de más en nada superfluo. Nació en Austria en 1926, se hizo sacerdote, y pronto emigró a Nueva York, donde tomó un primer y decisivo contacto con la población hispana. Más tarde se trasladaría a Puerto Rico y luego a México, donde se acabaría enraizando. No es forzado sostener que toda su obra es incomprensible si la desvinculamos del compromiso con Iberoamérica.
Escribió una decena de libros y podemos dividir su obra teórica en dos etapas: en la primera critica radicalmente lo que él considera mitos de la modernidad occidental (educación, sanidad, desarrollo,…); mientras que en la segunda se orienta a una investigación sobre la percepción y la materialidad, con sus historias de la lectura, del trabajo, o del imaginario popular en torno al agua, por ejemplo.
Es un autor marginal en Europa, un poco más leído en tierras americanas, que resulta cautivador y desconcertante. Dejó la Iglesia pero no el cristianismo, y la idea cristiana de hombre y de esperanza está en todos sus textos, lo que le da un empaque muy heterodoxo frente a otros pensadores paralelos marxistas o estructuralistas. También se diferencia en su intento por crear una obra “vernácula” –término fundamental en el corpus illichiano- que permitiera a los desposeídos hablar por sí mismos, sin tener que estar incorporando sistemáticamente a su lenguaje conceptos académicos foráneos.   
En un ejemplo de coherencia máxima, tras haber estado criticando toda su vida la medicina moderna por crear más problemas que soluciones, murió en el 2002 consumido por un tumor en la cara que se negó a extirparse.
Sus obras casi completas han sido felizmente reeditadas por el Fondo de Cultura Económica, lastimosamente a un precio que no hace recomendable su compra, salvo que se sepa seguro que se van a leer sus no siempre accesibles páginas. Sin embargo, sí está publicado independiente El viñedo del texto, que él consideraba su mejor libro, y que es un fecundísimo estudio de la historia de la lectura a través de la figura de Hugo de San Víctor.
Y sobre todo acaba de aparecer en Malpaso Ediciones Otra modernidad es posible. El pensamiento de Ivan Illich de Humberto Beck, que es una buena introducción a un autor que sin duda necesita una buena introducción para ser legible. Beck es un historiador de Monterrey que hace una gran labor y en apenas ciento cuarenta páginas traza un mapa de lo esencial de las propuestas illichianas. 

Quienes estamos fascinados por el silicio y la velocidad no tenemos un pensador más adverso. Y sin embargo hay que leer a Illich, batirse con él precisamente porque nos “niega la mayor” (o sea, que el progreso sea bueno). Sus teorías dejan calado, aunque acaban siendo inasibles. Por ejemplo, después de leer La sociedad desescolarizada tenemos claro que el sistema de educación universal es contraproducente, genera desigualdad y es contrario a la libertad individual; pero luego, cuando imaginamos un mundo sin él, un imperio de ágrafos, no conseguimos ver la virtud por ningún lado. Con Némesis médica se nos revela el término “iatrogenésis”, que es cuando un sistema de salud nos hace más daño con sus remedios que la propia enfermedad, que nunca se cura, solo se mitiga el dolor; pero nada nos convence para tener la coherencia final de Illich. Con Desempleo creador descubrimos que no somos sedentarios porque pasamos una cuarta parte de nuestra vida movilizándonos en transportes modernos, pero por nada del mundo querríamos volver a un mundo vernáculo y de proximidades.

2.

Hugo de San Víctor fue un teólogo del siglo XII. Nació en Sajonia pero vivió siempre en París. Su obra más célebre es el Didascalicon, palabra griega que más o menos se puede traducir por “asuntos de la introducción”, y que es una guía para los monjes que van a adentrarse en el estudio. En ella se sostiene que el arduo camino de la sabiduría acaba llevando a Cristo.

Sobre Hugo de San Víctor, ya en el siglo XX, Ivan Illich escribió uno de los estudios más bellos y sugestivos que hemos leído nunca, En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al Didascalicon de Hugo de San Víctor. Aquí no sólo se expone lo poco que se sabe de la vida del teólogo sajón, también se analiza el contexto y la finalidad de su obra; y sobre todo el período de transición que vivió, en el que el modo de lectura como liturgia colectiva se iba apagando por los avances técnicos y la propia evolución de la escolástica. Del saber entendido como tarea de memorización grupal de los textos sagrados se pasó gradualmente a la ya moderna actividad intelectual libresca y solitaria. La culminación del proceso vino con el tomismo y la llegada de las universidades, ya en el siglo XIII.

Illich cuenta también que cierta simpleza doctrinal del medievo tuvo que ver con lo deficiente de los medios de escritura. No es casual que cuando empezó a llegar el papel barato de China, un siglo después del Didascalicon, apareciera ya una filosofía más elaborada en Europa. El sistema de enseñanza que representaba esta guía terminó con Santo Tomás de Aquino, pues sus lecciones eran tan complejas que no había modo de memorizarlas colectivamente. Hubo que repartir papeles a los alumnos para que tomaran notas: había empezado la clase moderna con la toma de apuntes individuales.

En el siglo XII todavía se trabajaba en carísimos papiros o con piel de animal, que se apuraban al máximo, escribiendo las frases sin espacios, en líneas prietas. Semejaban entonces las rayas de un campo arado, y de ahí que el maestro les dijera a sus alumnos que recolectaran los frutos del texto.

Si quisiéramos hablar del Disdascalicon nos resultaría muy difícil separarnos de Ivan Illich, la fuente secundaria que leímos antes que el original. Pero no entenderíamos la belleza y profundidad de lo que lo que nos dice Hugo de San Víctor sin haber tenido esta ayuda. Por ejemplo, ahora sabemos que éste escribe para ser pronunciado, no leído. Son frases para recitarse en grupo, en “comunidades bisbiseantes” como se decía entonces, cuando los alumnos no escribían nada y tenían que memorizar las lecciones.

Las instrucciones que da Hugo de San Víctor son bastante lógicas y actuales. Disciplina y humildad; ningún conocimiento es inútil ni la inteligencia trabaja por sí sola. No hay ciencia que pueda subsanar la necedad del apático.

Una de las ideas que repite Hugo de San Víctor es que la búsqueda del conocimiento es como el exilio en una tierra extranjera. Parece querer negar que sea necesario el viaje literal para el conocimiento, uno como el propuesto por Homero, porque con viajar a través del saber basta. Pero por otro lado sabemos, gracias a Illich, que por entonces se consideraba que la vida conventual era una peregrinatio in stabilitate, por lo que no hacía falta enfrentar mares y carreteras, ya que cada día de meditación y estudio era una larga jornada por territorios ignotos.

Insiste mucho también en la meditación como esencial en el camino a la sabiduría. Y la meditación creemos que se tiene que entender como sosiego y humildad; como un conocimiento más moral que erudito. A Hugo de San Víctor, que subrayaba que hay que estudiar sin prisa, disfrutando, y con el abrazo de Cristo como meta, seguramente el saber técnico de “la barbarie del especialismo” orteguiano le hubiera incomodado. No es un conocimiento para dominar a la naturaleza u otros hombres a lo que se refiere. Es una vía de santidad.

Leyendo el libro de Illich nos entra cierta nostalgia de las abadías y monasterios medievales, que vivían volcadas hacia el estudio y donde se salvaguardaba la cultura clásica. Y nos sentimos hermanados con todos lo que a través de los tiempos han considerado que aprender era no sólo lo que nos hace humanos, si no un verdadero placer.

Es conocido que sabemos poco del periodo que va desde el siglo V hasta el XIII. Tenemos una falta de datos que ha fomentado la idea de que fueron tiempos de oscuridad. Pero en los monasterios había maestros amables como Hugo de San Víctor que mantenían la luz de las ciencias humanas encendida. De ahí surgió la escolástica que nos acabó trayendo la modernidad filosófica. No pudo ser tal páramo si germinó tal bosque.


1 comentario:

Anónimo dijo...

En el momento en que murió quitándose el dolor con opio no manufacturado,su tipo de tumor no se curaba, ahora si...muchas veces me pregunto si la medicina alternativa, es la medicina antes de la industrialización, y si la medicina actual, es la medicina antes de la AI y la manipulación genética...los tumores cada vez se consideran mas relacionados con lo exponencial de la división celular, y por tanto cada vez mas asequibles a la intervención intracelular.Todos tendremos un cáncer de viejos, y la mayoría nos curaremos.No solo fue cura,Illich fue escolapio, de esos que fundaron la primera escuela para pobres en 1597, son los de las escuelas pías.Emociona seguir los pasos vitales de esta honesta gente de iglesia, cuando se va a vivir con los pobres y se transforma, como el jesuita de Vallecas el padre Llanos,Diaz Alegria,o Michel Azcueta, el alcalde de Villa Salvador.La mayoría acercándose al marxismo,buscando un paraíso en el mañana,no como este hombre tan alternativo,que parece buscarlo en el pasado,y al que se leía para vivir en el campo con nuestros recursos, cuando pensábamos en esa posibilidad, como una forma de vida mejor y una opción política de oposición radical,antes de pegarnos entre nosotros por celos y aburrimiento principalmente. También era lectura cuando estudiábamos medicina y nos preguntábamos por nuestra futura practica,tan convencional después. Que volvió a Europa,derrotado imagino, por una realidad oligárquica y cainita que pone difícil la calma de la reflexión, simplemente por la enfermedad y el cansancio de la edad.Son personas a las que agradecer,la experiencia de que la ética de la fraternidad es posible, y que se puede pensar sin casarse con nadie,esto Illich, que los otros eran polígamos y se querían casar con las dos religiones de su tiempo:la rubia y la morena,la iglesia y el partido, y acababan divorciados o con cuernos.