Totalitarismo: La resistencia filosófica es una suerte de mapa trazado sobre la historia
del pensamiento en la que se señala, como si de territorios liberados se tratara, los
momentos en los que la filosofía ha demostrado ser una forma de resistencia frente
a la tiranía, aquí llamada a conciencia “totalitarismo” a pesar de la modernidad del
término.
En los días finales de Febrero del 2017 un grupo de profesores de la UNED y de
la Universidad Complutense de Madrid se reunieron en la facultad de filosofía de
esta última institución y debatieron sobre el totalitarismo. La premisa era dialogar
sobre esta forma política desde las posibles resistencias que los grandes pensadores
hayan podido ejercer de una u otra manera a lo largo de la historia.
Los quince capítulos de este libro corresponden a las distintas conferencias de estos
profesores. Los textos no se ordenan cronológicamente y es la premisa común la
que unifica sus contenidos. El libro crece en espiral, y cada capítulo parece completar
y matizar a los demás. Al contrario que en otras obras similares escritas a tantas
manos, hay cierta homogeneidad tanto temática como de calidad. Por supuesto que
el interés y desarrollo no es el mismo en todos los casos, pero desde luego no existe
un desequilibrio abisal entre los mejores capítulos y los menos buenos; no hay ninguna
aportación que sobre o rebaje el nivel de la obra.
Los filósofos que se estudian van desde el medieval Maimónides, pasando por
Spinoza en el siglo XVII, al francés Jean-Luc Nancy, que todavía vive, o John
Rawls, que tan bien examinó el liberalismo contemporáneo. De todos solo repite
Martin Heidegger, que tiene dos capítulos; por otro lado hay apartados en los que
analiza a más de un pensador. Se presenta también algún estudio sobre novelistas,
como el que dedica Diego Sánchez Meca a Thomas Mann o Antonio Rivera a Musil
y Doderer, ejemplos de literatos de gran calado que captaron brillantemente el Zeitgeist
de su tiempo.
La amplitud con la que se concibe el término “totalitarismo” hace que las aproximaciones
sean variadas, y se indague en pensadores que se rebelan claramente
contra los totalitarismos del siglo XX, como Hannah Arendt, y otros que se oponen
contra lo que de totalitario puedan tener las democracias liberales, como Michel
Foucault o Herbert Marcuse. Así mismo, no todos los filósofos reseñados son a priori
anti totalitarios, como el mencionado Heidegger, sino que se busca cómo releer su
obra en esta clave.
Geográficamente hay una primacía del área alemana en los estudios. No solo por
haber sido la región donde surgió el nacionalsocialismo, sino porque como consecuencia
fue el lugar de origen de algunos de sus más acérrimos y profundos impugnadores
intelectuales (Polanyi, Adorno, Arendt…). El único capítulo donde se habla
directamente del caso español es el dedicado a Ortega, un texto especialmente ilustrativo de lo mucho que queda por hacer en los estudios orteguianos, ya que la
aproximación que hacen sus autores, José Miguel Díaz Álvarez y Jorge Brioso, a la
relación del pensador madrileño con el totalitarismo casi no está trabajada y, como
aquí se demuestra, merecería mucha más atención.
Aunque nos gustaría poder comentar detalladamente cada uno de los quince estudios
del libro, por una cuestión de espacio solo nos vamos a centrar en los tres que
corresponden a los de los dos impulsores y al coordinador del congreso. Nuestro
criterio es evidentemente un tanto arbitrario y en ningún caso pretende minusvalorar
a los demás, que son todos de una gran calidad e interés.
El libro principia con un estudio sobre Max Weber de José Luis Villacañas, catedrático
de Filosofía y profesor de la Complutense, así como uno de los dos principales
alentadores del congreso sobre el totalitarismo. Es probablemente el más denso
de todos los trabajos y también uno de los más sustanciosos. Villacañas argumenta
con un ojo puesto en la Alemania de entre guerras y otro en la realidad política española
actual; este texto puede leerse casi como anexo a su libro del 2015 Populismo, si
bien aquí no se trata el tema de nuestro país directamente y el fenómeno del populismo
contemporáneo no aparece mencionado en ningún momento (sí se habla empero
de la “democracia de la calle”).
Villacañas, siguiendo al Weber de los Escritos políticos, busca en los análisis que
hace el sociólogo alemán de su propio contexto −derrota germana en la Primera Guerra
Mundial y surgimiento de la República de Weimar− un referente de la preocupación
universal por el antiparlamentarismo y la demagogia. Weber defendió que sin
las barreras institucionales democráticas los demagogos podían movilizar emocionalmente
a las masas y, bajo la reivindicación de una democracia sin intermediarios,
encumbrar nuevas formas de tiranía, como de hecho sucedió. Es la oposición entre
republicanismo y populismo que tanto preocupan al profesor de la Complutense, y
que Weber vivió de primera mano.
Como bête noire de ambos aparece Carl Schmitt, coetáneo de Weber, y cuya
influencia vuelve a ser abrumadora en nuestro tiempo. Schmitt era un politólogo de
indudable capacidad pero también un irresponsable intelectual que encarna la némesis
de lo que se busca enaltecer en este libro: lejos de resistir al totalitarismo, buscó
darle legitimidad y fue uno de sus máximos valedores en el siglo XX. Sin embargo
no se le puede desechar por ello −y Villacañas no lo hace−; hay que conocer sus
propuestas para reinterpretarlas como advertencias. Cuando atacaba al parlamentarismo,
la burocracia y los partidos políticos como ineficaces y servidores de intereses
parciales no se puede negar que tenía gran parte de razón; pero a partir de ahí hay
que ocuparse de racionalizar el poder y mejorar la institucionalidad, no hacer de los
defectos del sistema democrático unas fatalidades inexorables que enarbolar luego
con objetivos antidemocráticos.
El segundo capítulo de Totalitarismo: La resistencia filosófica pertenece al profesor
de la UNED Diego Sánchez Meca, el otro gran impulsador del congreso, y se
titula “Thomas Mann: conciencia de lo demoniaco y el nazismo”. Resulta ser un texto
muy coherente dentro de la obra general, ya que plantea un ejemplo de resistencia
fallida o débil.
La aproximación a Mann puede leerse dentro de la dicotomía de cultura o civilización.
El novelista sería la personificación de la kultur, y como tal un esteta
fascinado por el arte que inevitablemente cae en cierta ironía cuando trata de enfrentarse
a las reales circunstancias sociopolíticas. Mann escribió Consideraciones de un apolítico entre 1915 y 1918, y Sánchez Meca se pregunta si realmente consiguió
despegarse en algún momento de sus postulados, aun cuando partiera hacia el exilio
con la llegada del nazismo.
Los peligros de la estetización de todos los ámbitos de la vida, incluida la política,
le lleva a sentir cierta simpatía por el irracionalismo, que es sin duda atractivo en
un plano teórico, pero acaba suponiendo no ver, o ver demasiado tarde, sus nefastas
implicaciones cuando se convierte en un instrumento de toma y mantenimiento del
poder. Mann no criticó públicamente al nazismo, nos recuerda Sánchez Meca, hasta
1937 y cuando lo hizo se movió siempre entre gestos simbólicos, como el hecho de
que no quisiera regresar a Alemania tras la Segunda Guerra Mundial.
Si bien Sánchez Meca advierte al principio de su exposición de que no puede
aportar unas conclusiones definitivas sobre Mann, queda claro que indica que la suya
fue una manera ineficaz de rebeldía, un riesgo que amenaza a todos los hombres de
letras. Aunque, eso sí, dejó una serie de novelas en las que se puede entender mejor
que en muchos tratados académicos lo que fue el siglo XX.
El coordinador del congreso fue Rafael Herrera Guillén, profesor de la UNED y
responsable del estudio sobre Maimónides. Este texto presenta muchos paralelismos
con otro que aparece ya casi al final del libro sobre Spinoza de Inmaculada Hoyos,
también profesora en la misma universidad.
Ambos indagan, desde la perspectiva de estos dos grandes pensadores judíos, en
lo que el totalitarismo exhibe de configurador y controlador de los afectos humanos.
No quieren adentrarse tanto en lo que el totalitarismo tiene de coacción sobre los
cuerpos sino sobre el sentir; y más en concreto en el uso del miedo y la incertidumbre
en las sociedades como aliados de los poderes despóticos. Para ello son los únicos
que salen de los márgenes de la historia contemporánea. Hoyos se va a los albores de
la modernidad con Spinoza, y Herrera más lejos todavía con Maimónides, que nació
en la Córdoba del siglo XII. Es muy representativo que los dos filósofos estudiados
fueran judíos, una identidad que ya en su voluntad de ser es de por sí una forma de
resistencia frente a rodillos totalitarios, y que fueran además ambos condenados al
exilio y crecieran rodeados de las forzosas abjuraciones de sus épocas.
En concreto, en el capítulo escrito por Herrera, se habla de la “filosofía del perseguido”.
Como se sabe, la familia de Maimónides fue obligada a fingir que se convertía
al Islam, y toda la vida del pensador fue un vagar nómada para poder seguir
siendo judío. Las amenazas sobre la comunidad marrana a la que pertenecía determinan
su obra. Para él hay tres formas en las que se puede ejercer el poder totalitario:
el primero y más evidente es la violencia militar, que se nutre del temor a perder la
vida y las posesiones; luego está el saber para determinar la razón y el conocimiento;
y finalmente la religión para controlar el alma mediante la promesa de salvación. Y
estas tres formas lo que hacen es coaligarse para favorecer el miedo, pero sobre todo
la duda; el perseguidor quiere que el perseguido dude de su fe, para luego domeñarle
mejor y poder imponerle otra.
Maimónides pone del revés lo que la modernidad ha considerado su piedra angular:
el principio de la duda. Presenta este principio cartesiano, nos recuerda Herrera,
como siniestra arma totalitaria, no como fundamento de la libertad. Los poderes que
quieren desvertebrar la comunidad lo que hacen es introducir el virus del eclecticismo,
alejarla de la Torá mediante la infiltración de conocimientos ajenos a la misma,
para que los creyentes duden y así puedan ser sometidos.
Frente a esta forma de violencia el marrano puede recurrir al ocultamiento o al exilio. O sea, vivir pretendiendo ser otro o huir. De cualquier manera sigue formando
parte de la comunidad, sin necesidad de que medie ninguna casta sacerdotal alguna,
y enraizado de un tiempo de espera eterna hasta la llegada del Mesías, cuya venida
significará el fin de las persecuciones. Todo está bien, le parece decir Maimónides al
perseguido, porque existe la Ley, tú tienes fe y al final todo tendrá un sentido.
Diego Sánchez Meca, Rafael Herrera Guillén, José Luis Villacañas Berlanga (coords.), Totalitarismo: La resistencia filosófica, Madrid, Tecnos, 2018, 287 pp.
reseña publicada en Rex Publica
1 comentario:
Mientras leía esta reseña sobre totalitarismo, he terminado una novela de Irina Ratushinskaya una rusa de origen polaco, que habla de la asociación de escritores soviéticos en los 70, vivir lo que cuentas en tu articulo, emocionante y esclarecedor, ademas consigue darle un toque divertido.me queda darle vueltas al tema de la duda..se me escapa.
Una vez mas gracias por abrirme una ventana a lecturas de las que no conocería la existencia
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