Una de las características más soporíferas e infantilizadoras de los debates político-mediáticos de la España actual es la omnipresencia de la monserga. Está en todas partes; allí donde parece que puede surgir un discurso más o menos maduro e independiente, aparece el ofendido, el progre frailuno que viene a ejercer su dignidad moral, y se acaba entonces lo que hubiera podido ser un intercambio de opiniones adultas.
En estas condiciones no se puede
hablar de nada sin tener que vigilar hasta la última coma de lo que se dice,
por si alguna palabra dicha pudiera ser utilizada en contra. Y esto es una regresión al parvulario, con la
profe pendiente de que no dijéramos palabrotas. O aún más, una regresión
nacional a los tiempos de la tutela eclesiástica, con la obsesión por la
herejía y la condena.
Hay dos ejemplos entre millones que
podríamos citar. Uno es cuando Aznar ridiculizó aquella campaña de la Dirección
General de Tráfico de “no podemos conducir por ti”, diciendo que quién les
había dicho que él quería que condujeran por él. Es evidente que estaba
hablando del Estado y su intromisión en las libertades individuales, sin
embargo Inaki Gabilondo inició su programa con aires de monaguillo aranista
alborotado, diciendo que Aznar pedía a la gente que se echara a la carreteras
hasta arriba de copas; advirtiendo, como no podía faltar en la monserga, del
mal ejemplo que es esto para los jóvenes.
Si Iñaki Gabilondo, que suponemos
tiene dos dedos de frente, sabe de sobra que el ex presidente está hablando de
política y no de disquisiciones automovilísticas ¿por qué finge escándalo? Solo
busca tergiversar unas palabras que se dijeron presuponiendo un mínimo de
capacidad interpretativa del oyente para presentarse él como atlante moral de
sus conciudadanos, demasiado púberes al parecer como para digerir tales
metáforas.
Otro ejemplo sería cuando Pablo
Iglesias, en una charla informal, dijo que le había metido un puñetazo a un
“lumpen de clase mucho más baja que la suya”. De las horas y horas de discursos
y debates que tiene que haber grabados de este profesor metido a político,
alguien ha tenido que estar cribando hasta sus mínimos balbuceos para encontrar
algo así, subirlo a toda prisa a Internet, y convertirlo en trendin topic entre
neobeatos que han cambiado el Evangelio por un control histérico de las
palabras.
Si en los bares y calles de Madrid
todos hablamos y decimos cosas similares o peores, a qué viene darle
importancia a esas frases, que además no son nada del otro jueves. Seguramente
los punkis golpeados referidos en el video no se sientan ofendidos por ser
calificados de lúmpenes de clase baja, que además es lo que probablemente son
¿por qué no nombrar la injusticia y la sombra de la sociedad, así como el dolor
y la enfermedad? (También van por allí, por cierto, los tiros de la monserga,
que exige no verbalizar lo que no encaja en el ideal que una comunidad quiere
dar de sí misma).
El problema principal de la monserga
es su hegemonía en los medios de comunicación de masas. Como anula la
posibilidad dialéctica, erosiona la capacidad de lo que podría ser un
instrumento divulgativo fenomenal. En las charlas o conferencias no destinadas
a digitalizarse, empero, está más soterrada y puede que hasta que no exista. El
nivel de una clase universitaria o una tertulia de diletantes suele ser más
alto porque la monserga no aflora, y si lo hace puede ser descalificada como
demagógica o anticientífica; cuando el diálogo es entre verdaderos adultos no
se permite que la monserga aparezca para salvarnos.
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