28.1.24

Monsergas


El diccionario de la RAE define “monserga” como: 1. Lenguaje confuso y embrollado 2. Exposición o petición fastidiosa o pesada.

Monserga filosófica
Entonces, según esto, la inmensa mayoría de las argumentaciones que se hacen en el mundo de las humanidades europeas son monsergas. No hay libro o conferencia, lección universitaria o conversación cultureta, en la que no se recurra a jerigonza críptica y a salmodias catastrofistas. Todo está fatal, nos dicen, vamos al abismo, y donde antes había cordialidad y amor, hoy solo hay individualismo y consumismo.
(No hace falta ser Freud para entender que estos alarmistas se refieren a su biografía personal trasvasada, cuando sus mamás les acunaban y les miraban solo a ellos -¡qué importante es esto último!-, porque para decir que la vida colectiva se ha deteriorado recientemente, que hace cincuenta años estábamos mejor y éramos más libres y solidarios que ahora, hay que tener serios problemas para discernir la realidad de los delirios. Es, sin duda, sintomático de un destete traumático, de añorar la suavidad de los polvos de talco en los ardorosos roces del pañal y el siempre tranquilizante olor de Nenuco sobre nuestras cabecitas.)
Fernando Savater los llama  “enmendadores del mundo”; proyectan sobre el horizonte común las grisuras de su ánima y todo se les antoja digno de imputación . Elías Canetti habla de la persona “malaventura”, que desestima a los hombres y siempre busca pruebas que los incriminen; nunca es tan feliz como en las desgracias colectivas, que certifican por todo lo grande su pesimismo antropológico.
Por supuesto, si todo está perdido de antemano, la coartada para la inacción está garantizada (o como dicen más estilosamente los postmodernos, “no hay escapatoria”).
Es el pensamiento de la posición fetal. En la cama, encogido, protegiéndose la cabeza con las manos, lloran y exclaman con gritos casi dadaístas que qué actualidad tan horrible, que si el neoliberalismo malvado, que si, a lo Foucault, mi vecino es mi carcelero y la modernidad una inquisición con zapatillas de marca.
Y así encontramos la multiplicación exponencial de la monserga. Está en todas partes, infiltrada en todo texto, en toda frase, en cada sílaba. Una moralización inhabilitante que no ofrece alternativas, sólo reproche (Es sin embargo bueno para la conciencia; permite quejarse y anatemizar sin despeinarse).
Como tanta bilis acaba hediendo, la monserga retuerce su sintaxis para disimular; se cubre con un caparazón de lenguaje entre poético y técnico, así como teología paganizada. Los histéricos que prometían el cielo y advertían sobre el infierno ahora tienen cátedras de sociología y escriben en Le monde. Siguen resentidos, siguen ininteligibles. Cuando rascas, eso sí, tras su neo-escolástica neo-gnóstica no hay nada. Son fieles a sus prejuicios, no a la realidad.
La monserga solo es resentimiento y banalidad envueltas en palabras tan estériles como absurdamente prestigiadas.  Por eso, lastimosamente, para entender el presente y las posibilidades de liberación que éste ofrece es inútil recurrir a sus dominios. Por eso acabamos leyendo a ciertos divulgadores científicos, que ciertamente carecen de la retórica metafísica de los humanistas europeos, pero tienen al menos el detalle de hablarnos de lo que sucede en el mundo, no se limitan a mostrarnos sus pañales sucios.


Monserga política 

    Una de las características más soporíferas e infantilizadoras de los debates político-mediáticos de la España actual es la omnipresencia de la monserga. Está en todas partes; allí donde parece que puede surgir un discurso más o menos maduro e independiente, aparece el ofendido, el progre frailuno que viene a ejercer su dignidad moral, y se acaba entonces lo que hubiera podido ser un intercambio de opiniones adultas.

En estas condiciones no se puede hablar de nada sin tener que vigilar hasta la última coma de lo que se dice, por si alguna palabra dicha pudiera ser utilizada en contra.  Y esto es una regresión al parvulario, con la profe pendiente de que no dijéramos palabrotas. O aún más, una regresión nacional a los tiempos de la tutela eclesiástica, con la obsesión por la herejía y la condena.

Hay dos ejemplos entre millones que podríamos citar. Uno es cuando Aznar ridiculizó aquella campaña de la Dirección General de Tráfico de “no podemos conducir por ti”, diciendo que quién les había dicho que él quería que condujeran por él. Es evidente que estaba hablando del Estado y su intromisión en las libertades individuales, sin embargo Inaki Gabilondo inició su programa con aires de monaguillo aranista alborotado, diciendo que Aznar pedía a la gente que se echara a la carreteras hasta arriba de copas; advirtiendo, como no podía faltar en la monserga, del mal ejemplo que es esto para los jóvenes.

Si Iñaki Gabilondo, que suponemos tiene dos dedos de frente, sabe de sobra que el ex presidente está hablando de política y no de disquisiciones automovilísticas ¿por qué finge escándalo? Solo busca tergiversar unas palabras que se dijeron presuponiendo un mínimo de capacidad interpretativa del oyente para presentarse él como atlante moral de sus conciudadanos, demasiado púberes al parecer como para digerir tales metáforas.

Otro ejemplo sería cuando Pablo Iglesias, en una charla informal, dijo que le había metido un puñetazo a un “lumpen de clase mucho más baja que la suya”. De las horas y horas de discursos y debates que tiene que haber grabados de este profesor metido a político, alguien ha tenido que estar cribando hasta sus mínimos balbuceos para encontrar algo así, subirlo a toda prisa a Internet, y convertirlo en trendin topic entre neobeatos que han cambiado el Evangelio por un control histérico de las palabras.

Si en los bares y calles de Madrid todos hablamos y decimos cosas similares o peores, a qué viene darle importancia a esas frases, que además no son nada del otro jueves. Seguramente los punkis golpeados referidos en el video no se sientan ofendidos por ser calificados de lúmpenes de clase baja, que además es lo que probablemente son ¿por qué no nombrar la injusticia y la sombra de la sociedad, así como el dolor y la enfermedad? (También van por allí, por cierto, los tiros de la monserga, que exige no verbalizar lo que no encaja en el ideal que una comunidad quiere dar de sí misma).

El problema principal de la monserga es su hegemonía en los medios de comunicación de masas. Como anula la posibilidad dialéctica, erosiona la capacidad de lo que podría ser un instrumento divulgativo fenomenal. En las charlas o conferencias no destinadas a digitalizarse, empero, está más soterrada y puede que hasta que no exista. El nivel de una clase universitaria o una tertulia de diletantes suele ser más alto porque la monserga no aflora, y si lo hace puede ser descalificada como demagógica o anticientífica; cuando el diálogo es entre verdaderos adultos no se permite que la monserga aparezca para salvarnos.


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