22.10.23

El grupo de Bogotá



El conocido como Grupo de Bogotá fue un conjunto de profesores de la Universidad Santo Tomás que protagonizaron la variante colombiana de la filosofía latinoamericanista. Si nos aferramos a unas fechas concretas para delimitar su vigencia, podríamos decir que ésta empieza con la publicación en 1977 de la Metafísica desde Latinoamérica de Germán Marquínez, y se cierra con la desmitificadora recapitulación que supuso la Crítica de la razón latinoamericana de Santiago Castro-Gómez en 1996.

En esos casi veinte años el Grupo creó un Máster en Filosofía Latinoamericana, reeditó grandes clásicos del pensamiento colombiano que se encontraban descatalogados, abrió el Centro de Enseñanza Desescolarizada, y sacó la Revista de Filosofía Latinoamericana, que todavía hoy se edita.

Pero sobre todo originó un corpus teórico propio de gran interés, con varios libros de fuente primaria y secundaria escritos por los miembros del Grupo. Hay textos con innovadoras propuestas de metafísica, filosofía política o ética, pero también muy buenos manuales de introducción a la filosofía en general o a la obra de determinados autores (Ricoeur, Marx o Zubiri, por ejemplo).

El mundo editorial colombiano no es especialmente dinámico y muchos de estos libros ya no circulan ni siquiera por internet, pero están en la biblioteca de la Universidad Santo Tomás o en la Biblioteca Nacional de Colombia, y se pueden consultar allí sin mayores dificultades.

Si la Filosofía Latinoamericana se nutre en gran medida de la influencia inicial de Ortega y Gasset -a través de José Gaos y Leopoldo Zea-, la gran originalidad de estos pensadores colombianos es que su principal referente es Xavier Zubiri.

Germán Marquínez, tal vez el pensador más prominente de la primera hornada de los pensadores del Grupo, había sido discípulo directo del filósofo donostiarra, cuya “metafísica de la realidad” le parecía más útil para el continente americano que cualquier filosofía orteguiana, más anclada en Europa (No hay que obviar, por otro lado, la siempre conflictiva recepción de Ortega y Gasset en Colombia y la decisiva actuación de Gutiérrez Girardot, un referente intelectual de primer orden en el país, que detestaba al madrileño a raíz de un desencuentro personal, y que siempre elogió y fomentó la recepción de Zubiri, creando el magma cultural “prozubiriano” que una generación después cristalizaría en el Grupo de Bogotá).

Marquínez, recientemente fallecido, tuvo que exiliarse en España, donde se convirtió en uno de los miembros más respetados de la Fundación Xavier Zubiri. Allí se conservan todas sus obras y grabaciones de sus conferencias.

Paralelamente, otro destacado miembro del Grupo de Bogotá es Roberto Salazar Ramos, autor de Postmodernidad y verdad (1993), entre otros libros. Trabajaba muy influido por Michel Foucault. La lectura de este pensador francés y su “anti humanismo” también será de gran relevancia en aquellos años de violencia en Colombia, y dará lugar a polémicas muy representativas sobre cómo entender la modernidad, Occidente o el humanismo en contextos periféricos.

Uno de los discípulos de Salazar Ramos es Santiago Castro-Gómez, tal vez uno de los filósofos latinoamericanos más célebres de la actualidad. Castro-Gómez rompió con sus maestros y encarnó, como hemos apuntado, el final del Grupo de Bogotá. Sería necesario estudiar en profundidad las razones de la ruptura, ubicar el pensamiento de Castro-Gómez dentro de la teoría postcolonial actual; y sobre todo comparar la trayectoria posterior de este autor con la de Damián Pachón Soto, un joven profesor que sigue con un equipo de estudiantes publicando textos en la editorial de la Universidad Santo Tomás, sin ser ya propiamente Grupo de Bogotá, pero intentando ser herederos de aquél proyecto.

Toda esta constelación de pensadores tiene de fondo la conflictiva historia reciente de Colombia. Fueron unos años en lo que se consideró al país andino paradigma de “Estado fallido”, pero hubo sin embargo una gran producción intelectual que no podemos dejar de lado. Los intelectuales colombianos pensaron con gran hondura y urgencia lo que acontecía en su país. En sociología, historia, cultural studies y demás disciplinas hay grandes autores que merecen ser valorados. Los hechos trágicos por los que se conoce a Colombia son reales, pero no agotan la realidad colombiana. Más allá de los conflictos hay una sociedad especialmente abierta, vital y volcada hacia el futuro. Sobre todo Bogotá, que por ser capital es la ciudad garante de la institucionalidad, y que ha recibido desde mediados de siglo a millones personas desplazadas de otras regiones por las distintas violencias, y que en la actualidad resulta ser una metrópolis vibrante y compleja. La particular idiosincrasia de sus intelectuales, bien descrita en La ciudad letrada de Ángel Rama, también tiene su reflejo en los pensadores de los que hablamos.


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