Todo lo solido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas
Karl Marx
Es un poco lugar común en la teoría postcolonial el descalificar a Marx por su eurocentrismo y aceptación de los valores de la modernidad. Se citan sus textos sobre la colonización de la India, o los párrafos de El Manifiesto Comunista donde ensalza el mundo racional que está creando la burguesía, para relegarlo al rincón de los malvados hombres blancos que imponen su “violencia epistémica” sobre los indefensos habitantes del sur.
Uno de los pocos teóricos de defienden a Marx en este terreno es el neoyorquino Marshall Berman (1940-2013), que es autor del libro Todo lo sólido se desvanece en el aire. El hecho de que utilice para el título del libro unas palabras dichas por Marx para definir la modernidad es bastante ilustrativo, y desde luego hay pocas descripciones mejores de lo que ha sucedido en el mundo desde hace tres siglos: todo lo que se pensaba que era sólido, inmutable, como la religión, los órdenes sociales, el poder, las fronteras,... han ido desvaneciéndose gradualmente hasta quedarse en nada, sin que unas nuevas creencias igual de sólidas hayan venido a sustituirlas. El hombre ha quedado solo y ahora es dueño de sí mismo, con todo lo que supone de desorientación. Y Marx defiende esto como un camino de liberación. No hay vuelta atrás posible ni deseable; la idealización de tiempos pasados o de culturas periféricas es una regresión.
El libro es un texto fundamental del siglo XX. Hace un repaso de las narraciones que empezaron a surgir con la modernidad literaria, cuyo inicio data hacia finales del siglo XVIII, para terminar analizando nuestra época. Comenta el mito industrial-fáustico o el nuevo ciudadano de Baudelaire, entre otros. El marxismo está en el fondo de muchas de sus reflexiones, pero Marx como tal aparece en el capítulo “Todo lo sólido se desvanece en el aire. Marx, el modernismo y la modernización”, que junto con al artículo homónimo, y sin embargo diferente, que presenta en Aventuras marxistas, es en lo que nos vamos a centrar.
En este capítulo del libro dedica bastantes páginas al estudio de El Manifiesto Comunista. Allí Marx hace un análisis paradójico de la civilización que la burguesía está creando. Quiere transformarla, pero se siente deudor de ella. Le fascina que el capitalismo haya destruido una cultura milenaria, y sobre todo, que haya liberado las capacidades creativas del ser humano. La paradoja se cierra, más o menos, pensando que la burguesía será la primera en ser barrida por su creación. Berman añade una serie de análisis del Manifiesto desde un punto de vista estético, y lo ensalza como profético y primera gran pieza del arte moderno.
El artículo es interesante porque es menos poroso. Está concebido como texto independiente y no se remite tanto como el capítulo a otras partes del libro. Tiene una introducción biográfica, en la que Berman cuenta que se formó intelectualmente en las universidades contestatarias de los años sesenta. Pero que poco a poco vio como muchos de sus compañeros se deslizaban hacia formas de irracionalismo anti moderno. Él quería encontrar una crítica radical que a su vez no cayera en el nihilismo; así llegó a Marx.
Volviendo al libro, para Berman el materialismo histórico arroja luz sobre el zeitgeist de la Era Moderna. Entendemos la orfandad del hombre y su búsqueda de sentido gracias a Marx, que pensaba que su tiempo tenía un sentido, una explicación total y coherente. Hay dos cuestiones que dilucidar. Una es si el análisis de Marx de la modernidad es correcta, y la otra es si las propuestas marxistas casan luego bien con la misma, o tienen viabilidad. De lo primero Berman no tiene duda. Las descripciones marxistas son adecuadas, de hecho es difícil querer encarar cualquier asunto sociopolítico sin pasar por sus teorías. De lo segundo tampoco duda pero dialoga con los críticos de Marx, que como reconoce están entre las líneas de su artículo, sobre todo Herbert Marcuse, Hannah Arendt y Martin Heidegger.
El primero tiene una obra donde analiza los valores que mueven al capitalismo, como el esfuerzo, el trabajo, la tecnología…que Marx suscribe, y eso es contrario a las propuestas de Marcuse, que quiere superar esos valores para crear una civilización del ocio, sin excesos represivos. En Razón y civilización, empero, Marx queda bien parado. Es en Eros y civilización donde no aparece ni una sola vez citado, pero todo el libro parece escrito contra él. Sobre todo cuando Prometeo, el héroe favorito de Marx, aparece específicamente denostado como profeta del productivismo.
Hannah Arendt fue crítica con Marx desde una perspectiva bastante original. Al contrario que Karl Popper o cualquier filósofo antimarxista, lo que le reprocha a la filosofía marxista es una falta de autoritarismo extremo, hasta el punto de que hace inviable la posibilidad de una comunidad política. Marx habla de individuos que se liberan, pero sin unas bases comunes será imposible que se mantengan unidos. Su proyecto político acabaría desembocando en un nihilismo individualista. Berman reconoce que el reproche es correcto, que se trata de una de las muchas lagunas que hay que pensar, pero las soluciones que ofrece la pensadora no son desde luego mejores, ya que se queda en abstracciones; aunque paradójicamente ayuda a sostener el encaje del marxismo en la modernidad, ya que la preocupación por la deriva nihilista e individualista es común en Marcuse y Arendt, como riesgo y como desafío que superar.
Hay algo que no deja de ser casualidad, y es que ambos fueron alumnos de Martin Heidegger. El gran filósofo del siglo XX se desenvolvió en una atmósfera pesimista en cuanto a los avances de la civilización occidental, muy alemana y muy de su tiempo, en la que sus dos discípulos siguieron enclavados durante muchos años. Se trata de una idealización de la Naturaleza, de cierta vida posible que existió ajena a la sociedad moderna, y a la que habría que regresar. Darío Botero Uribe, el filósofo colombiano, escribió un libro llamado Martin Heidegger, la Filosofía del regreso a casa, donde explica bien esto y llega a descartar la obra del filósofo de la Selva Negra por considerar que todo ella es un alegato por una regresión ya imposible y en cualquier caso no deseable.
Berman dice que no sabe si Heidegger leyó a Marx, aunque cree que por lo menos simpatizó con su rebeldía, si bien aquél pensaba que éste no fue lo suficientemente radical, ya que Marx sí creía que la modernidad era rescatable, que tenía o podría tener valores buenos para los seres humanos. Para Heidegger sin embargo no había nada más que vacío y producción; tecnología, vida urbana y demás fatalidades contemporáneas que solo podían esclavizar al hombre.
Como Berman sostiene, la visión de Heidegger podría sintetizarse en el epigrama de Adorno donde decía que Marx quería convertir al mundo en una fábrica. Aunque una fábrica bien ventilada, parece decirnos Berman, con sofás donde tomarse un buen café en el descanso, y una sala de enfermería siempre alerta por si hay emergencias, algo que suena bastante mejor que volver a mazmorras medievales.
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