Paul Bowles decía aquello de que la diferencia entre el turista y el
viajero es que el primero parte sabiendo su fecha de retorno, mientras que el
segundo desconoce cuándo volverá. Con el mundo intelectual pasa lo mismo. Hay
pensadores valientes que caminan fuera de las rutas asfaltadas; van con la
mochila vacía porque presienten que la llenarán de alhajas y convierten el
viaje en una búsqueda sin miedo a lo que puedan encontrar.
Y luego están los otros, los que inician el trayecto con todo planificado, sin
lugar a las sorpresas ni cambios de última hora; asegurándose que llegarán
puntualmente en el aeropuerto a la hora convenida. Son los que viajan para
levantar acta de sus propias descripciones de la realidad, un acta que ya
estaba prácticamente escrita antes de salir. Estos son los pensadores-notario,
turistas del pensamiento, con su jerigonza críptica y fieles seguidores.
Contra
Debord
de Frédéric Schiffter habla de los pensadores del segundo tipo.
Como advierte el motto de la editorial: “Melusina[sic]
propone al lector una serie de reflexiones concisas, contundentes y
microcósmicas sobre aspectos básicos de la condición contemporánea.”
Aquí tenemos un librito de apenas cien páginas
que con una crítica al endiosamiento de Guy Debord aprovecha para
cartografiar los perfiles de un hecho social abrumador pero no especialmente
tratado: la charlatanería de ciertos popes intelectuales y la sumisión
intelectual que generan.
Desde una inteligente lectura de la ontología
de lo real propuesta por Clément Rosset, a quien está dedicado el libro con un
guiño (“Al lógico de lo peor”), Schiffter analiza el ánimo
que estimula a ciertos egotistas a crear un discurso intelectual hermético que
se recrea en sí mismo sin encarar nunca la realidad. Son megalómanos devenidos
en resentidos al hacerse conscientes de su propia naturaleza finita. Odian a un
mundo que les desmerece y su opción vital es la crítica destructora constante.
A partir de ahí todo lo que hacen es “no narrar más que sus propias
gesticulaciones”, principalmente porque carecen de enjundia intelectual.
Los autores citados son Lacan y sobre todo
Debord. Ambos son un tipo de autor, nos dice Schiffter, que “no está hecho para
ser efectivamente enseñado, sino para ser a lo sumo señalado mediante alusiones en su discurso”.
Es una farsa que todos hemos presenciado en los
cenáculos diletantes de cualquier ciudad europea: grupos en los que impera la
cita continua de estos chamanes modernos a los que “se les supone todo el
saber”, y por ello cuanto más complicados sean mejor, porque hará falta una
cofradía de intérpretes que nos los traduzcan en pequeñas dosis, salpimentando
siempre sus charlas con referencias continuas a ellos. Luego, ya en casa,
leemos los textos originales referenciados y comprobamos que son
ininteligibles, o cuanto menos grotescos. Si bien a los seguidores eso les da
igual, porque miden las capacidades intelectuales de sus contertulios según el
canon del maestro. O sea, para un lacaniano, o un husserliano, o un zubiriano, sus
gurús no se equivocan y si discrepamos es porque sencillamente no entendemos.
Son grupos en los que sabemos antes de que
empiece la investigación cuál va a ser el resultado. Cualquier tema o enfoque por
el que el maestro no hubiera transitado los consideran una pérdida de tiempo. No
irán a cualquier otro sitio al que éste no hubiera arribado.
Es un cul de sac bastante honesto, por otro lado, ya que quién se mete allí sabe de entrada que no tiene salida.
Es un cul de sac bastante honesto, por otro lado, ya que quién se mete allí sabe de entrada que no tiene salida.
Hay más características comunes a todos estos charlatanes. Comparten lo que Rosset llama la “mística de la autenticidad”, creen que hay una esencia virtuosa en algún sitio, que lo que nos rodea no es más que una degeneración de esa pureza prístina que se pervirtió con la llegada del capitalismo –o desde el minuto cero de la humanidad, eso algunos no lo tienen claro-. Para Debord, por ejemplo, todo es un espectáculo alienante, pero la clase obrera, que vista por él parece más una mónada que algo real, algún día conquistará los cielos y todo será auténtico y libre.
Trasladando esta visión a los seres humanos concretos, por supuesto, parece
como si hubiera un individuo omega en algún sitio que está luchando por romper
las cadenas que les imponen sus semejantes y la publicidad cosificante. Lejos
de ponerlo en el futuro, hay algunos filósofos que lo ponen en el pasado, por
muy ridículo que esto parezca. En las cavernas o la Edad Media, según parece,
éramos más auténticos, desde que usamos jeans todo se echó a perder. Sostiene Schiffter
que no es anecdótico que Debord sea el traductor al francés de las coplas de
Jorge Manrique.
Evidentemente solo quien no haya superado el
destete puede pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Lo más indignante de estas sectas de
servidumbre intelectual es que colapsan los lugares en los que mana el saber.
Allí donde están sabemos que no surgirá nada importante. Fundaciones y
universidades sufren esta lacra y se convierten en instituciones zombis que
caminan muertas, alimentándose de subvenciones y patronatos que, pareciera ser,
se regalan precisamente con el criterio impedir que en la sociedad haya
inteligencia y buen hacer.
1 comentario:
En esta cruzada contra los textos sagrados y sus interpretes, a favor de lecturas asequibles,eres incansable y resulta un sinsentido no darte la razon, si quieres que te entiendan para que la jerga.En el caso de Lacan psiquiatra para entrar en el mundo de los filosofos, tengo la mala idea de que quería ser un Sartre en guapo. En el caso de Debor ni idea pero no encuentro su lectura voluntariamente opaca, a lo mejor porque hago una lectura superficial que es como según Vargas Llosa leemos las mujeres..
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