Leer hoy a Michel Foucault (1926-1984) presenta ciertas particularidades. Su influencia ha sido tal que cualquier acercamiento a sus libros nos despierta el efecto de una canción de la que ya nos sabemos la melodía. Sin embargo, si prestamos atención, descubrimos que conocíamos la melodía, pero no habíamos escuchado las letras. Un pensador tan importante y citado como él presenta un alto grado de fetichización; sus conceptos tienen amplia difusión y se acaban adulterando. Es raro, por ejemplo, encontrar un texto de filosofía política contemporáneo donde no se hable de “biopoder” o “muerte del hombre”, pero eso no quiere decir que los términos acuñados por Foucault se utilicen como fueron concebidos originalmente. En algunos casos, como en el de los filósofos Agamben o Negri, se emplean para superarlos en el mejor sentido hegeliano. Otras veces se desvirtúan un poco para servirse de ellos epistemológicamente, como en la teoría postcolonial. Las más de las veces se simplifican por militantes ajenos a la academia para ser ondeados como banderas en la revuelta (lo que seguramente hubiera agradado al filósofo, por cierto).
Gracias a la biografía de Didier
Eribon, que sigue siendo la mejor de las existentes, sabemos que su vida no fue
fácil. Sus constantes intelectuales no son aleatorias, no provienen solo de la
curiosidad. Si es el gran filósofo de los poderes, de la locura y las formas de
dominio social, lo es porque sufrió todo ello en su carne. Su propio cuerpo fue
escenario de batallas. Y como era lógico, una obra teórica armada para resistir
desde las identidades subalternizadas se convirtió en una referencia. Hoy
cualquier movimiento emancipatorio, desde gays a feminismo, presos a
psiquiatrizados, inmigrantes a refugiados, puede describir su lucha en palabras
foucaultianas.
Porque además este filósofo presenta
una gran ventaja sobre otros de sus pares más crípticos: se le entiende bien.
No utiliza más jerigonza de la necesaria, es claro en sus postulados; tal vez
porque él sí tiene algo sustancioso que decir.
Durante mucho tiempo se acusó a
Foucault de ser un teórico del dominio incapaz de ver una salida para la
humanidad. Marshall Berman decía de él que presentaba “rasgos sádicos” y que
sus ideas eran “barrotes de hierro” en los que enjaulaba al hombre diciendo que
no había liberación posible. Edward Said acabó alejándose de él porque le
consideraba eurocéntrico. Y su supuesta inclinación final hacia el liberalismo
de Hayek también es tema de polémica entre sus seguidores.
Sin embargo la publicación reciente de
algunas de sus últimas lecciones deja claro que sí empezaba a pensar cómo sería
la sociedad occidental sin control y la liberación de los pueblos del Sur.
Sobre esta última época en la que las
preocupaciones éticas prevalecen frente a otras hay un libro bastante logrado
de Jorge Álvarez Yágüez, El último Foucault. Voluntad de verdad y
subjetividad en Biblioteca Nueva. Y en esta misma editorial se ha publicado
en el 2015 La ética del pensamiento, una compilación de
conferencias, artículos y entrevistas hechas a Foucault a finales de los años
setenta y principios de los ochenta, y que también corre a cargo de Álvarez
Yágüez.
Este doctor en Filosofía por la
Universidad Complutense prologa el libro con un largo texto de más de setenta
páginas que se centra en la época final y en la “vuelta” a Kant. Para quien
desconozca las fases previas del pensamiento de Foucault este prólogo no le
dirá mucho, ya que da por hecho su conocimiento. Por otro lado, si bien es
interesante, tampoco ayuda excesivamente a contextualizar los capítulos que
componen en libro, porque aunque aparecen referenciados, el verdadero soporte
del prólogo son los libros principales de Foucault.
La ética del pensamiento se compone, como hemos dicho, de
entrevistas, conferencias y algún artículo suelto. A diferencia de las grandes
obras del filósofo aquí nada nos conmociona. El lector curtido en Vigilar y
Castigar o la Historia de la sexualidad verá que estos otros son
textos claramente secundarios. Y quien entre en el cosmos foucaultiano por
primera vez a través de este libro, no verá la riqueza y el desafío que supone
este autor. Sencillamente se trata de un libro para especialistas en Foucault.
El capítulo con más enjundia es tal
vez el 16, “El sujeto y el poder”, que por otro lado ya era conocido. Como bien
dice Álvarez Yágüez en una nota a pie de página, el tema de estudio es el poder
pastoral, que es un concepto fundamental que sin embargo no suele ser muy
tratado en las exégesis. Esta forma de poder es especialmente desasosegante,
porque es sin duda la forma de poder que padecemos en la actualidad. Se trata
de la incorporación al Estado del paternalismo y guiamiento espiritual que
habían estado ejerciendo las iglesias durante siglos. El Estado ya no solo nos
reprime, es que además nos cuida y tenemos que estar agradecidos. Se encarga de
nuestra sanidad, nuestra educación y bienestar moral; sabe lo que nos conviene.
Esto supone que tiene capacidad imponernos una subjetividad, convertirnos en
“sujetos”, en el sentido de inmovilizados en un discurso ajeno. Nuestra lucha
tiene que ser convertirnos en “sujetos”, en el otro sentido, en el de autónomos
y dueños de nuestra subjetividad. Luchando descubrimos quiénes somos.
Por supuesto, además de este capítulo,
hay alguna otra parte sugestiva en el libro, como los apuntes autobiográficos,
su negativa a aceptar la homosexualidad como forma principal de identidad, o
que comente que trabajó para el primer gobierno de François Mitterrand, pero
poco más. Todo lo que dice Foucault aquí lo ha dicho más y mejor en otros
libros.
Hay que felicitarse empero por la
publicación de La ética del pensamiento. Indica que en nuestro idioma se
está publicando prácticamente toda la obra del filósofo francés, lo que da
muestra del buen funcionamiento de las editoriales españolas, argentinas y
mexicanas que se están encargando de ello. Frente a los agoreros, lo cierto es
que casi todo nos acaba llegando, incluso lo secundario. También podemos
recurrir al pdf sobre el poder pastoral que circula en internet, claro. Sin
duda lo más interesante de este libro.
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