Son parte del paisaje de las grandes urbes occidentales. Pueden verse
en el metro sufriendo la lectura de Joyce; o en algún bar intentando
desentrañar las crípticas pinturas del último artista de moda; o
tratando de prestigiar sus artículos usando algún término raro, como “prestigiar”.
Hablamos,
claro, de los célebres culturetas. Odiados sin piedad por el ciudadano
medio, que les acusa de pedantería, falsedad y, sobre todo, de
pretenciosidad. Este último calificativo pende como espada de Damocles
sobre cualquiera que parezca querer salirse de la mediocridad ambiental;
caer bajo ese estigma puede suponer la muerte social.
Porque nada se tolera menos que a un tipo pretencioso.
Dan Fox es un crítico de arte inglés que ha publicado Pretenciosidad. Por qué es importante,
un ensayo de esos que no cambiarán la historia de la humanidad, pero
que se lee con gusto, sobre todo porque impugna con valentía una
convicción social que nadie pone en duda.
Este autor defiende que
los pretenciosos son los que han cambiado siempre las cosas y que
cualquier avance en cualquier disciplina se hubiera podido calificar de
pretencioso en un primer momento. Y que incluso si el pretencioso
fracasa, como hace la mayoría de las veces, por lo menos ha intentado hacer
algo importante. Además es injusto incluirle en una amalgama de vicios
junto con la soberbia o la falsedad, ya que el pretencioso no tiene que
ser necesariamente elitista o espurio, sólo es alguien que ambiciona que
la vida sea algo más de lo que es. O como dice Fox: Ser pretencioso rara vez es dañino para los demás. Acusar a alguien de serlo sí lo es.
Una
parte bastante lúcida del libro es la que dedica a desmontar los
argumentos anti-pretenciosidad de los apóstoles de la mundanidad. Esos son
los peores, nos dice, los que se vanaglorian de incultos a pesar de
haberse educado en colegios privados, o de ser héroes de la clase obrera
siendo hijos de la burguesía europea. Por no hablar de los que aseguran
que en su sencillez personal reside "lo auténtico". Presumir, nos dice
Fox con hilaridad, de tener un fondo puro y naturalmente bueno es la
forma más lamentable de impostura.
Hay un momento en el que Fox
comenta el artículo de un periodista político que se ensaña con una
pareja de culturetas que van a ver una obra de arte en el Tate Museum y
que concluye diciendo que los detesta, aunque objetivamente no le han
hecho nada. Fox explica que éste es un desprecio populista, una forma de
intolerancia hacia lo diferente que bien puede equipararse a otras formas de
intransigencia.
Le sobran ejemplos del mundo del pop, aunque
seguramente recurre a ellos para hacer el libro más accesible y menos
pretencioso - vaya paradoja-, y tal vez veinte páginas más profundizando
en las ideas de los últimos capítulos no hubieran sobrado. Pero es un
buen libro; hace que el que se encuentra perdido en este páramo de
futbolismo y prensa rosa se sienta un poco menos solo.
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