
Sin
embargo algo hay de cierto en la proposición. La pornografía cambia
nuestras vidas, nos habla de quién podemos ser y de la máscara que según
Ortega todos llevamos y bajo la que “se retuerce nuestra personalidad
erótica”. La pornografía nos interpela, nos descubre quiénes somos y nos
hace más nosotros.
Además es un hecho cultural y socioeconómico
fascinante. Es un género sin límites definidos. Hay películas de todos
los matices y de todos los gustos posibles. Las páginas web
especializadas presentan un repertorio abundante de opciones, solo hay
que pinchar en la etiqueta que nos atraiga y elegir luego entre
innúmeros vídeos de duración variable. Podemos concluir que es un
mercado segmentado y plural donde las leyes de la oferta y la demanda
funcionan eficazmente.
De hecho la industria del cine porno mueve más dinero que el cine “normal” de Hollywood. Eric Schlosser, por ejemplo, en su Refeer Madness estudió la importancia económica del porno, y concluyó que es uno de los pilares del PIB norteamericano.
En
consecuencia, y tras unas breves aproximaciones académicas previas casi
siempre admonitorias, ahora ya se puede hablar del tema con más o menos
neutralidad. Así, aunque al principio de tapadillo, han surgido los porn studies que tratan de explicar el fenómeno.
Hay
teóricos que trabajan desde ángulos distintos, como el feminista, el
sociológico o el antropológico. Algunos son más sesudos que otros,
muchos manejan una jerigonza urticante que aleja a los legos, pero
afortunadamente también unos cuantos se pueden entender bien.
Un ejemplo de libro introductorio al tema, accesible e iluminador, es el premio Anagrama de Ensayo del 2007, La ceremonia del porno de Andrés Barba y Javier Montes.
Se trata de un texto que requiere cierto esfuerzo, pero se puede con
él. Los jóvenes autores explican lo que significa mirar porno, y de vez
en cuando sueltan alguna reflexión impagable, como que siempre nos
convertimos en otro cuando lo hacemos o aquello de que es una ceremonia
privada. Analizan las formas que tenemos de relacionarnos con el género,
y alguna de las consecuencias sociales que tiene este nuevo imperio
global de la pornografía que ha llegado con internet.
El libro no
tiene más de 200 páginas, por lo que es obvio que ningún tema es tratado
en profundidad, pero dan pistas suficientes para que profundicemos en
lo que más nos interese gracias a su buen aparato bibliográfico. O sea, además
es un buen artefacto divulgativo.
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