8.2.25

¿Política o Alprazolam?

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La política actual no aspira a ser propositiva; de hecho, ni siquiera aspira a ser política. La vida en común y el entendimiento con los otros —es decir, trabajar por un mañana mejor— parecen ser lo de menos. Lo único que realmente importa es la purga de los demonios interiores individuales.

El economista J.A. Schumpeter afirmaba que un adulto normal, con una vida saludable, tan pronto se involucra en política “desciende a un plano inferior en materia de actuación mental. Argumenta y analiza de una manera que se consideraría infantil en el ámbito de sus intereses reales. Se convierte en primitivo. Su pensamiento se hace asociativo y afectivo”.

Los célebres cuñaos españoles, siempre con sus declamaciones maniqueas robadas de cualquier profesional de la opinadera mediática, son un buen ejemplo de esto. En su vida laboral pueden ser excelentes, como padres, dedicados y generosos, e incluso los mejores amigos del mundo. Pero como ciudadanos son de muy mala calidad. No les interesa la verdad ni el bienestar colectivo; para ellos, la política no es más que un escupidero de bilis, una hoja de reclamaciones por las promesas incumplidas al adolescente que fueron. Basta con escuchar a muchos conciudadanos hablar de la cosa pública para darnos cuenta de que no tienen la menor intención de arreglar nada: solo quieren encontrar a alguien a quien odiar.

Schumpeter diría que, como opinar en política no cuesta dinero, nadie se la toma en serio y todos se dejan arrastrar por las demagogias de los poderosos, que sí tienen mucho que ganar con sus narrativas ideologizantes. En la esfera económica privada, en cambio, donde los errores y la estulticia sí tienen un precio, ningún ciudadano se permite las mismas sandeces con las que se regodea en la esfera política, porque eso lo condenaría al hambre y a la ruina.

Bill Maher, el humorista estadounidense, tiene un programa de televisión en el que analiza la actualidad política de su país y del mundo. En uno de sus monólogos ilustra este fenómeno con dos ejemplos: primero, con uno de los extremistas armados que se rebeló en Oregón; luego, con una fundamentalista de lo políticamente correcto. Los llama “mártires sin causa”, personas que deciden consagrarse a empresas banales en lugar de indagar en los verdaderos problemas sociales. Lo cierto, concluye Maher, es que “no hay nada que podamos hacer políticamente por ti”. Estas absurdeces, disfrazadas de tragedias heroicas, no son la raíz auténtica de su malestar, que está dentro de ellos, no fuera. Y por ello, sentencia, son asuntos que deberían resolverse “con Xanax” (nombre comercial del alprazolam, un ansiolítico).

Este vídeo ilustra con acierto un fenómeno que, por lo visto, es global. Hacer política de verdad, desde la sociedad civil, es complicado debido a los sobraos, los histéricos, los narcisistas y demás ralea que colapsan asambleas con sus memeces, votan con mentalidad de hooligan y abortan cualquier cambio por miedos supersticiosos. Dicen actuar por principios morales, pero no es cierto. Lo que realmente sucede es que no reciben los halagos que creen merecer, se quedaron calvos demasiado jóvenes o ya no son las más guapas del barrio. Triste, sin duda, pero ese es un problema anímico e individual, no social ni colectivo; en otras palabras, no es un asunto político.

"No hay nada que podamos hacer políticamente por ti". Lo personal nunca es político. Separemos de nuevo las esferas de lo público y lo privado. O, lo que es lo mismo: maduremos.

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