Le dije hace tiempo que no conozco
otro camino. Nadie, si siquiera
usted, aunque usted es quien más se ha
aproximado y eso, en sí, es un hecho patético, me ha tendido una mano
para ayudarme a ser un hombre mejor. Nadie.
Jack Henry Abbott nació
en 1944. Fue hijo de un soldado americano y de una prostituta china.
Creció en distintos hogares de acogida, donde nunca llegó a integrarse, y
a los dieciséis años fue enviado a un reformatorio. Con dieciocho años
trató de cobrar un cheque sin fondos y lo encarcelaron. A los veintiuno
mató a golpes a otro preso y recibió una condena de 19 años. Intentó
fugarse y pasó casi un lustro en una celda de aislamiento. En 1977 inició una correspondencia con Norman Mailer que acabaría recopilándose como el libro En el vientre de la bestia. Cartas desde la prisión.
El éxito editorial y la presión de Mailer ayudaron a que consiguiera la
condicional en 1981. Después de un mes en la calle, y tras una
discusión, mató a un joven. Volvió a prisión, donde se suicidaría en el
2002.
Su libro queda como testimonio de una vida aplastada. Las cartas son más
bien aullidos donde desgrana lo que es la prisión, el aniquilamiento
del individuo, el sadismo de los guardianes, las palizas, las castas y
traiciones de los propios presos. Describe lo que es sobreponerse al
aislamiento sensorial, al abuso constante, a las drogas disfrazadas de
tranquilizantes que le obligan a tragar.
Abbott es capaz de contarlo.
Su escritura es poderosa. En los cinco años que se pasó en aislamiento
sólo podía tener contacto una vez al mes con su hermana, que le
facilitaba libros seleccionados por un librero amigo. Abbott lo leyó todo y se nota: clásicos de la literatura, Hegel, existencialistas, Russell, poesía y Marx. Sobre todo a Marx.
Con él analiza todo el sufrimiento y la opresión que le rodea. Desde su
celda imagina un mundo donde los pobres y humillados de las periferias
caen justicieros sobre los poderosos. Abbott ha forjado sus ideas
revolucionarias a partir del dolor y el daño inflingido a su carne y a
sus nervios durante una vida entre rejas (Mailer). La conciencia política le mantiene vivo, con mente de acero.
En otras cartas deja claro que quiere entender al "hombre", tiene una necesidad casi infantil de sentir emociones positivas. No he tenido contacto corporal con otro ser humano en casi veinte años excepto la lucha, en actos de violencia.
No cree en Dios y carece de una visión purificadora de la muerte, ni
todo el horror que ha vivido le lleva al alivio de cierto sentido
religioso. Abbot no hace las paces. Jamás he aceptado que soy
responsable de lo que me ha ocurrido. El adoctrinamiento en esa creencia
nunca ha tenido éxito conmigo. Esa es la única razón de que haya pasado
tanto tiempo en la cárcel.
En el vientre de la bestia no se lee impunemente.
Como Abbott hay millones de personas encerradas hasta incapacitarlas
para la vida en el exterior. Gente cuyo delito inicial fue la pobreza:
no pudieron pagar su libertad y el Estado los convirtió en criminales.
Es la intrahistoria de los sumideros del mundo.
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