17.9.23

Panfleto para seguir viviendo

Panfleto para seguir viviendo de Fernando Díaz, que ahora felizmente se reedita, es el libro definitivo sobre la juventud del extrarradio madrileño de nuestros días. Se publicó por primera vez en el 2007 con un texto en la solapa izquierda, donde suelen glosar obra y milagros del literato, que se limitaba a decir: "Fernando Díaz nació en Madrid en 1979 y forma parte de una organización revolucionaria". La leyenda es que el autor ni siquiera conoció a su editora, que ella recibió el manuscrito y lo publicó sin si quiera un apretón de manos. Díaz insiste en el texto en que no quiere convertirse en escritor profesional. También afirma que lo que cuenta es en verdad su vida; si es así, estamos ante uno de los libros más importantes de las últimas décadas. Si hay algo de truco detrás, si su autor es por ejemplo un postgrado en literatura comparada capaz de impostar voces, sigo considerándolo importantísimo, pero ya sin voz eufórica ni exclamaciones.

Amo especialmente este libro también por cómo llegó a mi vida. En la Luis Ángel Arango, la biblioteca más grande de Bogotá, de vez en cuando hacen saldos de libros a precios irrisorios. Un día había cajas y cajas con docenas de ejemplares del Panfleto a 2000 pesos –al cambio no llega ni a 1 euro-, y pensé que el título era atractivo y que por ese precio me arriesgaba. Muchos estudiantes y viandantes pensaron lo mismo, supongo, porque se vendía bien.

La frase inaugural: "Estoy aquí. Puede que no sea mucho, pero tampoco es nada", ya anuncia que el libro no se va a leer impunemente. El Panfleto narra la vida en primera persona de un hijo de proletarios postindustrializados, que tras probar con el mercadeo de drogas, se hace bedel en un colegio y luego miembro de un grupo antisistema. No hay por supuesto trama, porque como explicaba Josep Pla, si en la vida no hay trama no hay motivo para que la haya en los libros. Simplemente se suceden las vivencias y las reflexiones del narrador, un veinteañero colérico y con conciencia política, que parece como si nos susurrara que escribe para no matar.

Tiene relaciones salvíficas con mujeres -“follar para compensar”, dirá- que por supuesto no le salvan y le dejan una herida supurante. Tiene un hermano que muere enganchado a la heroína y de cuya pérdida culpa al capitalismo. Escucha mucho rock español (La polla records, Barricada…); divaga y lee los libros de Jack London como manifiestos existenciales. Al final se une a un grupúsculo comunista y, aunque le decepciona un poco, decide militar activamente. En las últimas páginas hace una defensa desprejuiciada de la URSS.

Por supuesto muchos diletantes considerarán que no está bien escrito o que es poco literario. Pero está lleno de frases potentes, como en las novelas de Michel Houellebecq, al que no en vano cita, y tiene una prosa ágil con alguna metáfora muy lograda. El narrador interpela constantemente a los lectores, que a veces identifica con su editora, o con una consejera de revistas llamada Vampirela, o con los alumnos del instituto donde trabaja. A estos últimos les advierte que son demasiado jóvenes para leerle, pero que no hay prisa, que puede esperar hasta que estén listos.

Parece entonces que estuviera hablando de la fortuna editorial del propio libro, que pasó sin pena ni gloria cuando se publicó en el 2007, el año en que todo hizo boom, y cuyos ejemplares acabaron llevando descatalogados a Colombia para prácticamente regalarlos en sus calles. Ahora, con su reedición, el libro ha vuelto, y en este nuevo contexto crepuscular seguro que hace más ruido, que es lo que buscaba Díaz: a mí la literatura me la suda, os lo juro, a mí me importa producir un efecto.


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