9.1.22

Transterrados. Los españoles y sus exilios




Desde aquel primer momento tuve la impresión de no haber dejado la tierra patria por una tierra extranjera, sino más bien de haberme trasladado de una tierra patria a otra
José Gaos

El exilio no tiene fin
Adolfo Sánchez Vázquez

1.

El exilio ha sido una constante a lo largo de la historia de España. Tanto es así que José Luis Abellán, autor en el que se fundamenta este análisis, sostiene que el exilio es un elemento estructural e incluso constitucional de la identidad nacional española. La recurrencia de episodios de emigración forzada a lo largo de los siglos sugiere que no se trata de un fenómeno meramente coyuntural. Desde la unificación de los reinos de Castilla y Aragón y la instauración de la Inquisición, las olas de exiliados han sido innumerables. Tanto por razones religiosas como políticas, desde la expulsión de los moriscos hasta la dictadura franquista, cientos de miles de españoles se han visto obligados a abandonar el país para evitar la persecución e incluso la muerte.

Abellán considera que la Inquisición resultó nefasta no solo por las ejecuciones que llevó a cabo, sino también por la mentalidad que instauró en la sociedad española: una cultura de la delación, de aparente homogeneidad ideológica y de exterminio del disidente y de las minorías más activas. Aunque el Santo Oficio fue perdiendo poder progresivamente hasta su desmantelamiento a principios del siglo XIX, el clima inquisitorial persistiría a lo largo del siglo, en el que la identificación entre política y religión otorgó a los debates ideológicos un carácter teológico. En este contexto, el liberalismo fue considerado una amenaza diabólica y sus defensores fueron perseguidos con la misma lógica de exterminio. Los afrancesados primero y los liberales después se vieron forzados a elegir entre la ejecución o el exilio. Vicente Llorens ofrece un análisis destacado de estos exilios decimonónicos, mientras que las "Cartas sobre España" de Blanco-White representan un testimonio personal de gran valor, especialmente a la luz del estudio que Juan Goytisolo dedicó al autor sevillano, estableciendo paralelismos entre los exilios del siglo XIX y los del franquismo.

El "largo siglo XIX español" culminó con la Guerra Civil (1936-1939), seguida por un nuevo episodio masivo de exilio. Las estimaciones varían entre 200.000 y 500.000 personas, y aun en su cálculo más conservador, constituye la mayor emigración forzada de la historia española. Además del drama humano, este exilio representó una pérdida intelectual considerable, ya que entre los desplazados se encontraban algunos de los pensadores, ingenieros, artistas y científicos más destacados de la época.

En paralelo, se manifestó también el fenómeno del "exilio interior": aquellos que permanecieron en España se vieron forzados a guardar silencio, y en muchos casos experimentaron un conflicto interno al percibir que los intelectuales y pensadores más brillantes habían abandonado el país. Diversos autores han argumentado que los exilios han contribuido a la docilidad de la sociedad española frente a los regímenes autoritarios. Antonio García-Trevijano, por ejemplo, interpreta los exilios como un fenómeno de "selección natural invertida", en el que los individuos más valientes y brillantes han sido expulsados, dejando tras de sí una sociedad más proclive a la sumisión.

Si bien el exilio ha sido una constante en la historia española, cada episodio presenta características particulares. En el caso del exilio posterior a la Guerra Civil, y específicamente en el de los filósofos, se observa un rasgo distintivo: la influencia de la filosofía orteguiana. José Ortega y Gasset, figura central del pensamiento filosófico español en la primera mitad del siglo XX, influyó decisivamente en la formación de los intelectuales que se vieron forzados a abandonar España tras la guerra. La concepción orteguiana de la circunstancia influyó en la forma en que estos pensadores experimentaron y reflexionaron sobre el exilio. Ortega había escrito: "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo", frase que se convirtió en un principio rector para muchos de los exiliados. Para algunos, la solución fue reconstruir una nueva circunstancia en el país de acogida; para otros, la condición de exiliado se transformó en una circunstancia en sí misma, generando una alienación permanente que, en casos como el de Eugenio Imaz, condujo al suicidio.

María Zambrano, una de las intelectuales más destacadas del exilio español, propuso en su obra "Los buenaventurados" una tipología del exilio que distingue entre el refugiado, el desterrado y el exiliado. El refugiado busca integrarse en una nueva sociedad y, en muchos casos, logra una asimilación exitosa, como fue el caso de José Gaos en México. El desterrado, en cambio, vive el exilio como una expulsión traumática e irreparable, incapaz de desvincularse emocionalmente de su patria de origen. Ortega y Gasset ejemplifica este tipo de desterrado, quien, a pesar de su exilio, nunca pudo desvincularse mentalmente de España. Finalmente, Zambrano describe al exiliado como aquel cuya existencia se define por el desarraigo, un peregrino perpetuo cuya identidad queda marcada por la ausencia de un hogar fijo. En este sentido, la propia Zambrano encarnó esta tipología, pasando por diversos países sin llegar a establecerse definitivamente en ninguno.

Esta reflexión sobre el exilio invita a cuestionar no solo la situación de quienes se ven forzados a abandonar su país, sino también la de aquellos que permanecen en él. La figura del exiliado, con su carga simbólica y su testimonio de resistencia, interpela a la sociedad de origen, confrontándola con sus propias contradicciones y silencios.


2.

 Antes de arrojarnos a los textos de Gaos sobre el transterramiento, centrémonos en la exposición que hace José Luis Abellán del mismo concepto.

Abellán vuelve mucho sobre los mismos temas y reescribe constantemente sus libros, o mejor, su opus de varios volúmenes sobre la historia del pensamiento español (que afortunadamente está libremente disponible en la biblioteca digital Saavedra Fajardo). Sobre el exilio escribió un libro en el 67 que la censura no permitió que se publicara completo. Luego coordinó una obra colectiva en los setenta. Y sobre todo son fundamentales los dos que más hemos manejado: El exilio como constante y como categoría (Biblioteca Nueva, 2001) y El exilio filosófico en América. Los transterrados de 1939 (FCE, 1998).
En el primero se compilan interesantísimos artículos sobre distintos autores, como Machado, Zambrano o los exiliados vascos, así como reflexiones más genéricas sobre el exilio. El segundo, revisita al estudio primigenio del 67 -pero ya sin mordaza y con más medios-, es un libro unitario, brillante y fértil, donde se repasan a una serie de autores casi desconocidos para el público actual, y que se prologa con una disertación imprescindible sobre esta variante del exilio que es el transterramiento.
Abellán se remonta al mundillo filosófico español de los años inmediatamente anteriores a la guerra civil. Para él, España había conseguido un nivel, por fin, equiparable al europeo, con unos pensadores a la altura de sus pares continentales. En ello tuvo mucho que ver el krausismo del siglo XIX y la incorporación definitiva de las fuentes germánicas. Ortega imperaba sin oposición y en torno a él se aglutinaba la Escuela de Madrid (García Morente, Zubiri, Marías, Gaos,…) disuelta con la contienda. En Barcelona se configuraba al tiempo otra escuela, menos vertebrada, más enraizada en un principio autóctono del sentido común o seny. Abellán reproduce un texto sobre la misma de Nicol, uno de sus representantes, donde asegura que ellos no leyeron a Ortega. Pero basta conocer a Ferrater Mora, Eugenio D´ors, o incluso los diarios de Josep Pla, para saber que Ortega era muy estudiado también en Cataluña.
A estas dos escuelas de Madrid y Barcelona, que básicamente responden a las dos únicas ciudades españolas donde se podía estudiar Filosofía y Letras, habría que añadir, nos recuerda Abellán, a los pensadores marxistas o especialmente singulares, como a los que llama del “pensamiento delirante”: María Zambrano, José Bergamín, Eugenio Imaz y otros (la etiqueta es conflictiva, nos tememos: María Zambrano hace del exilio algo delirante, pero no todo su pensamiento lo es; Eugenio Imaz acabará mal, pero sus libros son sensatos; José Bergamín empero sí parece ajustarse al calificativo…)
Tras la derrota de la II República viene el exilio y con él la escisión entre los que quedan y los que se van. Ninguno de los dos grupos tiene una posición envidiable, por cierto. De los que se van, que son los que estudiamos aquí, destaca la calidad intelectual; hay 2 premios nobel, por ejemplo. Hay otro dato importante, y es que muchos eligen América. Lo hacen por el idioma y porque adivinan una nueva guerra en Europa, que prefieren evitarse.
La política de Lázaro Cárdenas favorecerá la emigración de los españoles a México, y pensadores de todas las órbitas se irán para allá. Se les facilitará la nacionalidad mexicana inmediatamente, y pronto se creó La Casa de España en México (1938) para facilitar su integración profesional. En agradecimiento las mayoría de los republicanos españoles darán lo mejor de sí al país de acogida: se convierten en transterrados.
Para estos españoles, América (y México más en concreto) se convierte en un nuevo descubrimiento donde podrán vivir sin traumas sus valores republicanos hispánicos. América es el futuro español, de lo español, que en su propia tierra de origen está agonizando.
Aunque a decir verdad, desde el 39 hasta la II Guerra Mundial, muchos de los españoles siguen viendo el exilio como algo transitorio. La victoria aliada podría suponer el fin de Franco y la posibilidad de volver. Adolfo Sánchez Vázquez, en sus Recuerdos y reflexiones sobre el exilio, dice que hasta finales de los años cincuenta, en que la visita de Einsenhower legitima definitivamente la dictadura, el 70 o el 80% de los exiliados españoles en México hubiera vuelto si hubiera podido (Sánchez Vázquez tiene algo de némesis de Gaos y volveremos sobre él).  

Retomando a Abellán, llegamos a seis puntos que, él cree, resumen un poco las características del exilio filosófico español.
  • I) Instalación generalizada en países de habla española: los pensadores, a diferencia de otros profesionales, necesitan de la lengua y un contexto cultural en el que ubicarse. Hay muy pocos casos de pensadores que eligieran Estados Unidos, por ejemplo; Ferrater Mora lo hizo, pero le adornaba la extraña cualidad en un español de tener facilidad para los idiomas.
  • II) Paulatina despolitización con la llegada a América: los ardores juveniles se van disipando con los años. La dedicación académica y la dificultad de tener una actividad pública por ser forasteros, sostiene Abellán, les aleja del activismo más vehemente.
  • III) Aceptación del liberalismo: como secuela del punto anterior, los exiliados españoles van orientándose a un liberalismo moderado que no da para grandes histrionismos. Añadimos nosotros algo que Abellán extrañamente no menciona, la particularidad del régimen mexicano, corrupto pero no tiránico, tramposo pero respetador de la libertad de expresión, que no exigió nunca una oposición militante, un compromiso ineludible como había sido la defensa de la República (sería interesante ver qué hicieron los exiliados españoles en otras repúblicas latinoamericanas con dictaduras, pero eso sobrepasa a este trabajo).
  • IV) Idealización de la cultura española: muchos de ellos “descubren” España en América, convierten la defensa del legado español en uno de los propósitos de sus vidas. Aprehender una España ideal les ayuda a superar la pérdida de la España real.
  • V) La presencia de la Institución Libre de Enseñanza: no tan evidente como la de Ortega, todo lo que representó este vestigio del krausismo marcó a la generación de exiliados, directa o indirectamente, como a María Zambrano, que fue profesora de la Residencia de Señoritas.
  • VI) Carácter fundacional y misionero: Abellán remonta a marzo de 1939, cuando se funda la Junta de Cultura Española, esta idea. Bajo la presidencia de José Bergamín se quiere “asegurar la propia fisonomía espiritual de la cultura española”. Se fundaron librerías y revistas, institutos y editoriales. Los ejemplos que da Abellán son muchos, y sabemos que no son todos. Básicamente, los exiliados españoles desataron su pasión por la cultura en América y aportaron una gran contribución al mundo hispánico.

3.

Tras analizar los exilios, nos centraremos en José Gaos y el término que acuñó: "transterrado".

José Gaos nació en Asturias en 1900. En su juventud, descubrió el Curso de Filosofía Elemental de Jaime Balmes, cuya reflexión final sobre la radical historicidad de la Filosofía, incapaz de desarrollar corpus teóricos independientes de su contexto, marcaría profundamente su trayectoria intelectual. Tras residir en Valencia, en 1921 se trasladó a Madrid para estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Central. Allí entabló relación con Zubiri, García Morente y, especialmente, con Ortega y Gasset, de quien se convirtió en uno de sus discípulos más cercanos. Con el tiempo, la relación entre ambos se tornó tensa, especialmente durante la Guerra Civil, aunque Gaos siempre reconoció a Ortega como su maestro.

Gaos se afilió al PSOE en los años treinta y mantuvo su lealtad a la II República durante toda la contienda. Gracias a la política de acogida del presidente mexicano Lázaro Cárdenas, Gaos se exilió en México, donde desarrolló una exitosa carrera académica. A pesar de los indultos concedidos por el régimen franquista a partir de los años cincuenta, nunca regresó a España. Falleció en 1969, consolidado como un influyente y respetado filósofo en México.

Más allá del prestigio, la voluntad o incluso la fortuna que le permitió integrarse en la sociedad mexicana, la adecuación del pensamiento de Gaos al contexto político e intelectual de México facilitó su asimilación y enriqueció tanto su obra como la tradición filosófica del país. En este sentido, es necesario retomar el circunstancialismo de Ortega, reinterpretado y matizado por Gaos.

La noción de circunstancia en Ortega no era novedosa en sí misma; lo excepcional fue su capacidad para articularla de manera precisa y justificativa. Antes de la llegada de Gaos a América, la idea de circunstancia tenía aceptación en ambos continentes: en España, la Generación del 14 la concebía como fundamento del compromiso nacional, mientras que en México, la Revolución había propiciado un nuevo nacionalismo que buscaba en ella una base filosófica. En ambos casos, se aspiraba a una filosofía arraigada en la historia y la realidad social, alejándose de abstracciones universalistas.

Para Gaos, la defensa de una filosofía en español se vinculaba con su circunstancialismo. De ahí que respaldar a Ortega trascendiera la mera lealtad personal para convertirse en un proyecto más amplio: la reivindicación de la tradición filosófica hispánica, frecuentemente relegada en el escenario intelectual internacional. Según esta visión, la consolidación de un pensamiento filosófico sólido en español podría contribuir al desarrollo y reconocimiento de las naciones hispánicas, tradicionalmente consideradas en desventaja por supuestas carencias culturales.

Esta preocupación por el pensamiento hispanoamericano y su historicidad llevó a Gaos a plantear una reflexión metafilósofica, interrogando a la propia filosofía sobre su historicidad. En este sentido, su influencia se extendió a Leopoldo Zea y, posteriormente, a los movimientos postcoloniales latinoamericanos, evidenciando la persistente influencia de Ortega.

El rechazo de la dependencia intelectual del pasado puede derivar en una negación total de la tradición, pero para Gaos y sus seguidores, tal postura es inviable. Pretender desarrollar una filosofía latinoamericana sin considerar su propia historia sería un proyecto "utópico". No es posible evadir la propia circunstancia ni adoptar acríticamente los paradigmas de otras tradiciones filosóficas. El pensamiento es, en última instancia, regional y no universal.

Julián Marías señala que "el concepto de circunstancia se articula en Ortega con el de perspectiva", y el propio Ortega afirmaba: "el punto de vista crea el panorama". Para Gaos, si México es la circunstancia, el transterrado es la perspectiva.

Los exiliados en América Latina buscaban comprender no solo la realidad en la que se insertaban, sino también su propia mirada sobre ella. Sus textos reflejan una constante interrogación sobre su identidad y su posición en el mundo. La noción de transterrado en Gaos puede vincularse con la del "Espectador" en Ortega: ambas enfatizan la importancia del sujeto en la construcción del conocimiento.

Cada perspectiva se orienta hacia la realidad, no hacia el conocimiento absoluto. La realidad es múltiple y su interpretación varía según el observador. Por ello, la pretensión de una visión única y hegemónica de la realidad es errónea; la multiplicidad de perspectivas es constitutiva del conocimiento.

Curiosamente, la influencia de Ortega y Gaos generó reacciones dispares en el ámbito filosófico mexicano. Mientras Eduardo Nicol, otro filósofo español exiliado, se distanció del orteguismo por considerarlo una forma e nacionalismo español, los pensadores mexicanos Leopoldo Zea y Samuel Ramos lo adoptaron como un marco conceptual útil para desarrollar un pensamiento filosófico propio. En este sentido, la perspectiva hispánica resultaba más apropiada para la realidad mexicana que un racionalismo universalista que, inevitablemente, terminaría subordinando cualquier interpretación autóctona del mundo.



4.

En Confesiones de un transterrado, de 1963, José Gaos recordará cómo nació el término de transterrado: “En todo caso, y en una comida que nos dieron los profesores de Filosofía y Letras a los compañeros españoles incorporados a la Universidad Nacional, obligado a hablar, y queriendo expresar cómo no me sentía en México ‘desterrado’, sino…, se me vino a las mientes y a la voz la palabra ‘transterrado’, que sin duda resultó ajustada a la idea que había querido expresar con sinceridad, y debía de ser la de una realidad no solo auténtica, sino más que puramente personal, pues hizo fortuna: desde entonces la he encontrado utilizada varias veces y no solo en México no solos españoles y mexicanos”.

El neologismo tiene sustancia y se debe sin duda a un brote de genial inventiva. Aurelia Valero Pie, en un artículo insuperable sobre el tema, Metáforas del exilio: José Gaos y su experiencia del transtierro, explica bien el hallazgo: “La flexibilidad lingüística y el poder de imaginación se unieron para procrear una metáfora, concebida a partir de un juego de significados. Mediante el trueque de un simple prefijo, la negación se transformó en continuidad, el despojo en superación, la carencia en movimiento”.

José Gaos tiene una obra infinita, recopilada en nueve tomos hasta la fecha de sus Obras Completas. Sin embargo, al tema del exilio y su visión del transterrado no le dedica mucho. A decir verdad, esto es de agradecer: si hubiera estirado su concepto en libros y artículos, tal vez hubiera quedado como algo cansino, autorreferencial y pedante. Así, se mantiene en su justa medida y de ahí su fuerza: es la leve voz del yo de un filósofo que ha creado una filosofía sistémica que le supera y sobre la que pensarán generaciones de estudiosos.

Que sepamos, hay tres textos específicos de Gaos sobre el tema (habla del exilio en sus Confesiones profesionales, pero no como transterrado), y los tres están compilados en el tomo VIII de sus Obras Completas, que vienen con el ya mencionado e imprescindible prólogo de Leopoldo Zea.

  • El primero se llama Los ‘transterrados’ españoles en la filosofía de México, y apareció en 1949 en el número 36 de Filosofía y Letras. Revista de la Universidad de México.

    El artículo, no especialmente extenso, presenta la historia de los filósofos exiliados españoles, nombrando a los más célebres; su primera impresión de México; cómo “descubrieron” un país tan similar a España; cómo fueron tan bien aceptados por el Gobierno y la facilidad con la que pudieron proyectar su lealtad cívica republicana de España a México.

    Ya en el título vemos que transterrados aparece en plural. Es un término afortunado porque señala una experiencia colectiva que vivieron múltiples individuos en un momento determinado. Por supuesto, ahora podemos usar el término a discreción, pero quizá a costa de desencallarlo.

    ¿Fue el español Rafael Barrett, por ejemplo, un transterrado cuando emigró al Paraguay a principios del siglo XX tras pelearse con un aristócrata? Aparentemente cumple las condiciones: se casó con una paraguaya y tuvo hijos, se vinculó a la política nacional, formó parte de la élite intelectual de Asunción durante años… y, sin embargo, lo hizo solo y en circunstancias diferentes a las del 39.

    También vemos en el artículo la mayor limitación del concepto de transterramiento gaosiano: está tan enfocado al mundo intelectual o meramente académico, a la alta cultura, que a veces dudamos si puede ser aplicable a la tropa de exiliados campesinos o trabajadores manuales. M. Romero Samper, en La oposición durante el franquismo, sostiene que precisamente estos exiliados son los que se transterraron de verdad: los españoles que se hicieron taxistas, bedeles o mecánicos; los que dejaron sus preocupaciones políticas hispano-mexicanas a un lado y se integraron plenamente en el país de adopción, echando raíces en él.

  • Un segundo texto es la conferencia de 1963, Confesiones de un transterrado, donde explica más personalmente y con más perspectiva cómo vivió el exilio. Un hecho dramático que experimentó con treinta y ocho años, algo importante de mencionar: para que el traslado a otro país pueda considerarse transtierro, hay que estar ya formado como adulto. Un niño o adolescente no experimenta el contraste igual que alguien maduro.

    Además, se ilustra aquí la piedra basal del transterrado y lo que le opone a las otras dos figuras de exilio que hemos visto: su voluntad de instalarse de modo definitivo. Gaos cuenta que hubo una idea circunstancial que se planteó, que tal vez no iba a quedarse mucho tiempo, pero que hubo otra idea más general que prevaleció: “Ésta fue la idea de que puede vivirse en plan provisional o en plan definitivo, pero que en plan provisional no se hace nunca nada que valga la pena, por lo que mejor es ponerse siempre en plan definitivo: ponerse en plan definitivo es ponerse en camino de hacer lo más y mejor que se pueda, exponiéndose, tan solo, a no llegar a hacerlo; pero ponerse en plan provisional es ponerse pura y simplemente en plan de no hacer nada que valga la pena, repito, y hasta de no hacer nada a secas”.

    Así que el transterrado tiene voluntad de permanencia, lo que no necesariamente le obliga a quedarse. El transterrado vive como si fuera a quedarse; el desterrado como si fuera a volver y el exiliado como si no fuera ni a quedarse ni a volver.

    Gaos dice que para afincarse fue fundamental la lengua, y llega a decir que en México se sintió más integrado de lo que se hubiera sentido en Barcelona, donde el idioma local le era desconocido. Pronto se sintió empatriado: “Desde aquel primer momento tuve la impresión de no haber dejado la tierra patria por una tierra extranjera, sino más bien de haberme trasladado de una tierra de la patria a otra”.

  • El último escrito de Gaos sobre el tema, La adaptación de un español a la sociedad hispanoamericana, pertenece a 1966, y apareció significativamente en la Revista de Occidente, cuando cierto antiespañolismo suyo se había templado y ya había accedido a volver a colaborar con medios españoles (durante muchos años no quiso hacerlo por si aquello servía para legitimar, de alguna manera, el franquismo).

    Que la audiencia ahora es peninsular es claro. Anteriormente explicaba a mexicanos cómo era ser español entre ellos; ahora describe a españoles cómo es ser uno de ellos entre mexicanos.

    Gaos insiste en que la República de México representa una culminación de los ideales republicanos de los españoles. Su distanciamiento afectivo de los españoles, a los que ve como un pueblo cobarde por tolerar a Franco, es bastante más severo que el que siente hacia los mexicanos, sobre cuya connivencia con la corrupción y el clientelismo del PRI no dice nada.

Parece que los intelectuales mexicanos sintieron y sienten aprecio por estos forasteros que les dieron otra perspectiva de su tierra. Como los hispanistas anglosajones en España o escritores centroeuropeos en Estados Unidos, las visiones foráneas bienintencionadas de un país siempre pueden ayudar a mejorarlo.

Parece que los intelectuales mexicanos sintieron y sienten aprecio por estos forasteros que fueron a darles otra perspectiva de su tierra –que por supuesto nunca fue impositiva. Como los hispanistas anglosajones en España o escritores centroeuropeos en Estados Unidos, las visiones foráneas bienintencionadas de un país siempre pueden ayudar a mejorarlo.
Hay países, como Colombia por ejemplo, cuya idiosincrasia ha dificultado el asentamiento de extranjeros en su suelo –se dice que es el país de América Latina que menos inmigrantes ha recibido durante todo el siglo XX- y en consecuencia casi no ha tenido testigos externos.
En su Breviario arbitrario de Literatura Colombiana, Juan Gustavo Cobo Borda dice: “(…) resulta pertinente preguntarse cómo en un país como Colombia, calificado por Alfonso López Michelsen, en su libro Esbozos y atisbos (1980), como “el Tíbet de Suramérica”, la carencia de corrientes migratorias nos han aislado, aún más, vedándonos la existencia de miradas ajenas sobre nosotros mismos.
Esto lo digo pensando no tanto en fenómenos colectivos, como la inmigración española a raíz de la guerra civil, que contribuyó tanto en México como en Buenos Aires a sentar las bases de una industrial cultural –editoriales, revistas, traductores-, sino al hecho de que estos transterrados – el hermoso nombre con que en México se los designa- han ofrecido vías de acceso de singular originalidad, aun en sus desfases, para la compresión de fenómenos latinoamericanos y han mantenido en constante actividad vasos comunicantes entre la cultura europea y la latinoamericana”.
Así que, sin necesidad de explayaros más, salvo opiniones de puristas, demagogos o resentidos, que seguro que alguno hay, no hay objeción autóctona de peso hacia los transterrados. Es más, cuando faltan, se les extraña, los más lúcidos de entre los americanos, les extrañan.
Y, añadiremos desde España, ojalá muchos mexicanos se transterraran hoy aquí para dar vida a la Antropología española, disciplina sin pulso comparada con la de allí.

5.

Parece que los intelectuales mexicanos sintieron y siguen sintiendo aprecio por estos forasteros que les ofrecieron otra perspectiva de su tierra, sin imponerla. Como los hispanistas anglosajones en España o los escritores centroeuropeos en Estados Unidos, las visiones foráneas bienintencionadas de un país siempre pueden contribuir a mejorarlo.

Hay países, como Colombia, cuya idiosincrasia ha dificultado el asentamiento de extranjeros en su suelo. Se dice que es el país de América Latina que menos inmigrantes recibió durante todo el siglo XX, y, en consecuencia, casi no ha contado con testigos externos.

En su Breviario arbitrario de Literatura Colombiana, Juan Gustavo Cobo Borda señala: "(...) resulta pertinente preguntarse cómo, en un país como Colombia, calificado por Alfonso López Michelsen en su libro Esbozos y atisbos (1980) como 'el Tíbet de Suramérica', la carencia de corrientes migratorias nos ha aislado aún más, privándonos de la existencia de miradas ajenas sobre nosotros mismos".

No me refiero tanto a fenómenos colectivos, como la inmigración española a raíz de la Guerra Civil, que en México y Buenos Aires contribuyó a sentar las bases de una industria cultural —editoriales, revistas, traductores—, sino al hecho de que estos transterrados —el hermoso nombre con que en México se los designa— han ofrecido vías de acceso de singular originalidad, aun con sus desfases, para la comprensión de fenómenos latinoamericanos y han mantenido en constante actividad vasos comunicantes entre la cultura europea y la latinoamericana.

Así que, salvo opiniones de puristas, demagogos o resentidos, que seguro que los hay, no existe una objeción autóctona de peso contra los transterrados. Es más, cuando faltan, se les extraña; los más lúcidos entre los americanos los echan en falta.

Y, añadiremos desde España, ojalá muchos mexicanos se transterraran hoy aquí para dar vida a la Antropología española, disciplina sin pulso en comparación con la de allá.


6.

Adolfo Sánchez Vázquez nació en Algeciras, España, en 1915. La Guerra Civil lo sorprendió a la edad de 21 años. Santiago Carrillo lo convocó a Madrid para que dirigiera Ahora, la publicación de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). En 1939 llegó exiliado a México como militante comunista, aunque sin haber completado su formación universitaria. En su país de acogida se dedicó al estudio de la filosofía con el propósito de consolidar sus convicciones. Falleció en la Ciudad de México en 2011, reconocido como un destacado pensador marxista heterodoxo. Su obra abarca una gran variedad de temas, entre ellos la política, la estética, la utopía y la literatura; sin embargo, aquí nos centraremos en su crítica a la concepción gaosiana del transterrado, de la cual él mismo constituye un paradigma.

En Recuerdos y reflexiones sobre el exilio, Sánchez Vázquez enumera las razones por las cuales no se identifica con el término "transterrado". Para él, dicha categoría implica una idealización tanto del continente americano como del propio exiliado, al tiempo que evita reconocer los aspectos adversos de la nueva tierra y la condición impuesta del destierro. Afirma: "La idealización y la nostalgia, sin embargo, no se dan impunemente y cobran un pesado tributo, que pocos exiliados dejan de pagar: la ceguera para lo que le rodea".

Además, cuestiona la idea de que la adaptación fuera tan plena como sugería Gaos. En particular, durante los primeros años, los españoles exiliados vivían con "los ojos puestos en España". Como ejemplo, menciona el caso del exiliado García Maroto, quien visitaba a los republicanos españoles para asegurarse de que no compraban muebles, pues consideraba que ello implicaba una intención de arraigo.

Asimismo, Sánchez Vázquez critica la adhesión de los exiliados a la tradición orteguiana, que los habría llevado a volverse "impermeables al marxismo", lo que en su visión equivalía a una postura "apolítica", una apreciación compartida también por Abellán. No obstante, muestra cierta condescendencia hacia quienes se consideran transterrados: entiende que busquen consuelo en esa idea, pero rechaza cualquier intento de atenuar el dolor del exilio: "Yo, al contrario, consideraba que era un golpe terrible lo que habíamos sufrido al ser arrancados de nuestra tierra, quedándonos sin raíz, en vilo".

Desde nuestra perspectiva, Sánchez Vázquez tiene razón en sus objeciones a Gaos. Sin embargo, podría argumentarse que la distinción entre exiliado y transterrado no resulta completamente convincente. Más bien, parecen representar dos estados anímicos que oscilaron en los exiliados a lo largo de su vida. En este sentido, podría decirse que el transterramiento constituía un objetivo inalcanzable, aunque no por ello se debía renunciar a él. Paradójicamente, la trayectoria vital de Sánchez Vázquez refleja cierto transterramiento: no regresó a vivir a España pese a haber sobrevivido 36 años al fin de la dictadura franquista y, cuando visitó su país de origen, se sintió extraño y exiliado. En realidad, ya era un mexicano: falleció en México, con familia mexicana y con una obra predominantemente enraizada en su país de acogida.

Por otra parte, el concepto de transterrado adolece de un exceso de intelectualismo. Valerio Pie señala en su artículo que "la tendencia a asociar la patria con sus componentes intangibles, principalmente culturales, es un fenómeno común entre los intelectuales exiliados, quienes, de esta forma, se erigen en guardianes, cuando no en la viva imagen, de un pueblo y de la tierra de donde fueron expulsados".

María Zambrano parece confirmar esta idea en su obra Pensamiento y poesía en la vida española: "(...) si siento tiránicamente la necesidad de esclarecimiento de la realidad española, es porque creo que continuará existiendo íntegramente en espera de alcanzar, al fin, la forma que le sea adecuada; porque espero que España puede ser, es ya, un germen, aunque en el peor de los casos, este germen no fructifique dentro de sí mismo. Porque al fin, la dispersión puede ser la manera como se entregue al mundo la esencia de lo español".

Si analizamos estas afirmaciones, es pertinente preguntarnos: ¿Qué es España para María Zambrano? Ella la concibe como un germen que puede fructificar fuera de sí misma. ¿Implica esto una España que florece en México, por ejemplo? ¿No es un planteamiento excesivo y discutible pensar que algo así podría ocurrir? ¿Cómo podría trasladarse más allá de las fronteras algo que, por definición, no puede existir fuera de ellas, como la "esencia española" (si es que tal esencia existe)?

Zambrano reduce España a episodios de su alta cultura; ni siquiera la cultura popular puede ser extrapolable a otras latitudes. Para ella, España es Velázquez, Cervantes y Galdós, quienes, si bien pueden ser trasladados a otros contextos, inevitablemente serán reinterpretados según la perspectiva del país de acogida.

En este sentido, ¿es posible rescatar el concepto de transterrado? Tal vez, aceptando las premisas de Zambrano: reduciendo la cultura española a sus manifestaciones más representativas y asumiendo que su estudio y preservación constituyen una empresa valiosa. Podría establecerse un paralelismo con los "hombres-libro" de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, quienes memorizaban libros prohibidos para evitar su desaparición. De manera similar, los intelectuales españoles exiliados en 1939 podrían haber desempeñado ese papel, salvaguardando lo mejor de su país en medio del incendio del destierro y, al mismo tiempo, contribuyendo con nuevas perspectivas al mundo que los recibió.

No hay comentarios: