En Iberoamérica las comunas -o villas
miseria, o favelas, o como quiera que las llamemos- consternan al observador
europeo. Sube a las montañas por curiosidad y baja queriendo hacerse sacerdote
o guerrillero, cuando no ambas cosas a la vez. Afortunadamente, postmodernidad
mediante, su fervor se desinfla pronto y se conforma con ayudar económicamente o
prestando sus horas a alguna ONG. Luego vuelve a su país, y a las pocas semanas
todo aquello que vio se convierte en un recuerdo vaporoso que poder esgrimir en
las cafeterías cuando quiere pasar por un hombre interesante.
Luego buscará explicaciones: ¿Por qué
se mantienen unidas familias pobres donde hay alcoholismo y abusos
constantes?¿Por qué existe este océano de infraviviendas donde los niños siguen
naciendo a pesar de que los padres no pueden alimentarlos?¿Por qué esta madre
indígena soltera arrastra media docena de hijos famélicos mientras unos
kilómetros más al norte un hermoso matrimonio criollo exhibe un único bien
nutrido y bilingüe retoño?
Las respuestas no suelen ser
convincentes, tal vez porque las esperaba con cualidades lenitivas, pero
agradece igual que autores como Wallerstein traten de entender los suburbios
del planeta conceptualizando las realidades en las que sobrevive la inmensa
mayoría de la humanidad.
Teoría de las unidades domésticas
Immanuel Wallerstein (Nueva York, 1930
- Connecticut 2019) dirigió hasta su jubilación en 2005 el Centro Fernand
Braudel en la Binghamton University. Su pensamiento está muy marcado por este
historiador francés y por la Escuela de Annales, por el marxismo y por los
movimientos insurgentes de los años sesenta. Experto en África, vivió allí en
los tiempos de la descolonización. En la actualidad, su teoría del
“sistema-mundo” está siendo muy utilizada por el postcolonialismo
latinoamericano y otros movimientos tirapiedra.
El “sistema-mundo” es un concepto
abarcador donde cabe todo el trabajo de Wallerstein. Para el autor
estadounidense, en el siglo XVI la crisis del feudalismo impulsó a los europeos
a cruzar el Atlántico, lo que provocó que la “economía-mundo” continental se
convirtiera en casi planetaria –África y gran parte de Asia siguieron
excluidas-. El Mediterráneo perdió su primacía frente al Atlántico. Desde
entonces vivimos en un “sistema-mundo” capitalista, que ha originado su propia
“geocultura” (discurso legitimador) y que carece de un poder estatal unificado,
es más, ha de mantener una serie de estados asimétricos en su seno para
subsistir. Tiene un centro más fuerte que ha ido variando con los siglos entre
unos pocos países (primero España, luego Holanda o Inglaterra…). Frente a los
críticos culturalistas o estatistas, Wallerstein sostiene que solo pensando en
la totalidad del “sistema-mundo” y los ciclos largos de la economía podemos
entender la realidad en la que vivimos.
Wallerstein publicaba poco, al menos
en español, y por ello cada novedad suya en las librerías era recibida con
expectación. Lo último que publicó fue el cuarto volumen de su monumental
historia del sistema-mundo capitalista, El moderno sistema mundial. El
primero de la serie apareció en los años setenta, y fue innovador en su tiempo
porque desplazaba el origen de la Era Moderna del Renacimiento al
Descubrimiento de América. El sistema-mundo surge con el inicio del capitalismo
y la expansión ultramarina, cuando deja de centrarse todo en Europa. Luego, con
el paso de los siglos, se producen disputas por ser el Estado hegemónico dentro
del mismo, ya que hacen falta diversidad de estados, y se lucha por la
incorporación de los territorios periféricos hasta entonces ajenos al
“progreso”.
En El moderno sistema mundial IV.
El liberalismo centrista triunfante, 1789-1914 estudia cómo la Revolución
francesa y el liberalismo moderado que se configuró posteriormente crearon una
narrativa legitimadora del dominio occidental-capitalista del planeta.
Así dicho parece que va a ser una
sucesión de tópicos contra la modernidad y los valores ilustrados, de esos que
dicen lo malo que es todo lo que pensamos en Occidente y lo bueno que son los
que alaban a dioses de muchos brazos o no dejan que las mujeres conduzcan. Pero
la verdad es que solo es así tangencialmente; Wallerstein insiste mucho en que
no sabe si las alternativas a lo que tenemos actualmente pueden ser mejores.
Tiene otras obras de gran interés
sobre la crisis del estado, las cuestiones de raza y género, la epistemología y
los movimientos de resistencia, todas ellas encuadradas dentro de su teoría del
“sistema-mundo”. Akal publicó en el 2004 una interesantísima y carísima antología
de artículos sobre estos subtemas, Capitalismo histórico y movimientos
antisistémicos.
De cualquier manera el mejor texto
introductorio a este pensador está en la red en pdf. Se trata de Análisis de
los Sistemas Mundo. Una introducción, una conferencia que dio en la
Universidad Menéndez Pelayo de Santander, y en ella resume su teoría política
por un lado, y por otro sus posiciones sobre las ciencias, que considera
innecesariamente separadas en disciplinas estancas, cuando lo que deberíamos de
buscar es la unidisciplinaridad.
Tanto en este libro como en el de Akal
es donde más desarrolla su visión de las “unidades domésticas”, que es la que
queremos estudiar aquí.
Socialización: clase, nación y etnia
Para Wallerstein, una “unidad
doméstica”, o “unidad de consumo” (household), está formada por un grupo
de entre tres a diez personas, de distintos géneros y edades, que durante un
período de tiempo de unos treinta años mancomunan ingresos y consumo para
sobrevivir. Cubren así las necesidades básicas individuales (alimento, cobijo,
ropa…). No es un grupo estable ya que algunos pueden irse o morir, y otros
llegar o nacer. Los vínculos familiares suelen existir, pero no son necesarios.
Lo fundamental es la participación en el ciclo de ingreso-consumo.
Las unidades domésticas son el
principal medio de socialización. Enseñan a respetar y adaptarse a las normas
sociales, e insertan al individuo en una clase social, una nación y una etnia.
Cuando las constricciones son de
índole económica, estamos ante una clase social; cuando lo son de carácter
político, lo llamamos nación. Ésta última le parece un engañabobos, y en cuanto
a la clase social, para Wallerstein es una realidad material en la que cree con
ciertas reservas, porque considera que está velada por imaginarios como el de “pueblo”.
Para él, como para la tradición marxista, es triste que los oprimidos se
movilicen bajo la bandera de pueblo antes que de la de clase social. Aunque
siempre es mejor a que lo hagan en nombre de la nación. Lo ve, empero, como
inevitable y lo que sugiere es reorientar políticamente a los movimientos
populares. Además cree que en el “sistema-mundo” hay un componente racial en
los desequilibrios de clase, que no se explican meramente por los ingresos
económicos: “Creo que las ¨clases¨ y lo que yo prefiero llamar ¨etno-naciones¨
son dos tipos de envolturas de la misma realidad básica” (Capitalismo
histórico y movimientos antisistémicos, página 294)
A la idea de nación liberal no le
concede ningún crédito. Aquí Wallerstein se alinea claramente con la escuela
modernista que sostiene que el concepto de nación es una invención de la
modernidad. El Estado precede a la nación siempre, justo al contrario de lo que
sostienen las narrativas nacionalistas. Lo ejemplifica con la India, una
contingencia producto del colonialismo británico que tal vez deje de existir en
el futuro. Sin embargo sus políticos e intelectuales han creado, ya desde antes
de la independencia, una historia nacional milenaria que adquiriría funcionalidad
al nacer en el siglo XX el movimiento nacionalista indio.
La etnia es la tercera categoría donde
la unidad doméstica inserta al individuo, y la principal fuente de normas y
legitimidad, tanto hacia dentro como hacia fuera. Enseña a vincularse con otros
miembros de la unidad doméstica con criterios no mercantiles (lealtad a los
padres, respeto a las hermanas), y también a desenvolverse en el trabajo y la
actitud hacia el Estado. Es la cultura y subcultura, la lengua y la religión.
Desde la infancia se aprehende. De estos dos primeros grupos, clase y nación,
en teoría se puede cambiar, de la etnia es más difícil salirse. La mayoría de
las unidades domésticas son homogéneas en este sentido. Y si no lo son, el
miembro de otra etnia se adaptará para que su diferencia no cause problemas de
convivencia.
Wallerstein cree que la etnia también
evoluciona con el tiempo según las necesidades económicas. Cambia según la
geografía y no en todas partes es igual de exigente. Hay etnias que enseñan
sumisión al Estado, otras que fomentan las rebeliones colectivas o
individuales. La etnia media dentro de la unidad doméstica, pero también en su
relación con las estructuras económicas y las instituciones políticas.
Mancomunidad de ingresos
Hay unidades domésticas de dos tipos:
las proletarias y las semiproletarias. Se ubican en una u otra categoría según
el salario. Las primeras pueden permitirse vivir del pago regularizado a uno o
dos de sus miembros por un trabajo fuera de la unidad doméstica. Viven en
estados con un salario mínimo que garantiza cubrir los gastos mínimos sin
necesidad de buscar ingresos extras. Pueden permitirse menos miembros o incluso
la individualidad. Aunque los empresarios siempre preferirán pagar por debajo
del salario mínimo, también necesitan consumidores, por lo que el
“sistema-mundo”, que también es un reparto global del trabajo, permite que haya
“unidades domésticas” privilegiadas.
Luego están las unidades domésticas
“semiproletarizadas”, que tienen como característica principal la incapacidad
de subsistir con el salario de uno o dos de sus miembros, por lo que buscan
fuentes de ingreso alternativas (las unidades domésticas proletarizadas también
puede ser que lo hagan, pero no tan intensamente como las semiproletarizadas).
Los niveles salariales tan
desequilibrados contradicen las leyes económicas, nos advierte Wallerstein, ya
que en teoría los flujos económicos deberían erosionar las diferencias en poco
tiempo. Sin embargo se mantienen, y por un mismo trabajo se cobra muy distinto
en Londres o La Paz. Las razones históricas o culturales que se arguyen no son
más que consecuencias intermedias: el verdadero origen está en la configuración
del “sistema-mundo”.
Las fuentes de ingreso de una unidad
doméstica son cinco principalmente:
1) El salario, que puede ser por
transferencia bancaria, en efectivo o en especies; y ocasional o eventual (a
destajo), dependiendo de las leyes y necesidades laborales. Por lo general, el
empleador no está obligado de por vida a mantener al trabajador, y le
contratará según el ciclo económico. Si un sueldo es suficiente para mantener
una unidad doméstica el dinero sobrante puede gastarse en comprar bienes de
consumo. Y aunque no sea suficiente sí es la principal forma de ingreso. Suele
corresponder a un varón en edad adulta sin cuya contribución la unidad
doméstica podría hundirse. De ahí el imperio doméstico que puede ejercer el
“hombre de la casa”.
2) La actividad de subsistencia, que
es la que practicaban los campesinos, por ejemplo, es otra forma de ingreso;
pero Wallerstein cree que en su sentido original está desapareciendo del
“sistema-mundo” actual. La caza o la pesca para consumo propio también están en
declive con las migraciones a las ciudades y la falta de tiempo y espacio. Hoy
la unidad doméstica como autarquía es casi imposible. Lo que sí sigue vigente
son los trabajos tecnológicos o de mantenimiento (arreglar y utilizar una
cocina, o un ordenador) hechos dentro de la unidad doméstica.
3) La tercera forma de ingreso está
vinculada al mercado. Los miembros de una unidad doméstica venden productos (un
niño cigarrillos en la calle) o servicios (cuidar al hijo del vecino). No suele
suponer una fuente de ingresos primaria, pero está muy generalizada en las
zonas pobres del globo, y al estar pagado en efectivo sus beneficios se dedican
habitualmente a las necesidades inmediatas. A diferencia del trabajo
asalariado, éste está capitalizado por mujeres, niños y ancianos.
4) También hay ingresos que no suponen
un esfuerzo real: son las rentas, que se definen por ser propiedad y no
trabajo. Una unidad doméstica puede cobrar un dinero por ofrecer una parte de la
casa en alquiler, o un medio de transporte; o ver cómo sus ahorros aumentan en
el banco; o recibir subsidio del Estado. En este último caso, el poder político
da dinero a un miembro de la unidad doméstica bajo ciertas condiciones, lo que
lleva a determinada configuración social. Es una manera de intervenir dentro de
la unidad doméstica.
5) La última forma de ingreso que
menciona Wallerstein es el pago por transferencia o “regalo”. Es una forma de
ingreso irregular pero predecible. Unos miembros exteriores pero cercanos a la
unidad doméstica aprovechan un bautizo o una boda para dar dinero. También
pueden ser préstamos. Es una manera de equilibrar los gastos extraordinarios y
puede implicar reciprocidad de alguna manera.
Factores de presión externos
Además de analizar la configuración
inmediata de la unidad doméstica por medio de los ingresos, Wallerstein sí fija
en los factores externos que la perfilan su transformación según los cambios en
el “sistema-mundo” moderno, que es, recordemos, una “economía-mundo”
capitalista con necesidades variables.
Para ello empieza desmontando la
imagen tradicional que se tiene de la unidad doméstica: que se hace menos
extensa con el tiempo, que se sostiene por el salario regular y que son una
realidad social ajena a la esfera económica. Eso queda claro que es una visión
idealizada de la familia occidental, pero las unidades domésticas donde viven
la inmensa mayoría de los habitantes del planeta son prácticamente lo
contrario.
En la realidad hay tres factores que
presionan para delimitar la idiosincrasia de la unidad doméstica: uno es la
división axial y jerárquica del trabajo, dependiendo de si está en el centro o
la periferia de la cadena mercantil la unidad doméstica necesita más o menos
miembros, como ya hemos visto. Las oscilaciones en los ingresos también le
harán variar su configuración, pero éstas no suelen ser radicales, así que los
cambios son graduales-lo que no quiere decir que las exigencias económicas no
modifiquen con relativa rapidez la composición y tamaño de la unidad
doméstica-.
Además de la presión económica, hay
una segunda forma de presión que es la estatal. El Estado legisla sobre un
extenso campo de hábitos y convicciones. Sus leyes cambian según las
necesidades de la “economía-mundo” y están siempre destinadas a planificar el
desarrollo de la unidad doméstica: leyes de cultivo restrictivas si se necesita
trabajadores urbanos, penas o gratificaciones por tener más de un hijo,
subsidios condicionados a ser familia monoparental, etc.
Y finalmente la tercera presión que se
ejerce es básicamente la colusión de las dos primeras en un imaginario que los
miembros de la unidad doméstica integran como marco mental. Los cambios aquí se
expresan en esa especie de superestructura marxista que es para Wallerstein la
“geocultura”, ese magma cultural que ha acabado infectando todo nuestro mundo.
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